PARA ESTUDIO: Capítulo 9 – 11.
LECTURA DEVOCIONAL: Hechos 17:26-31.
VERSÍCULO PARA MEMORIZAR: Hechos 17:30.
PROPÓSITO
Considerar el amor de Dios en contraste con la rebeldía humana.
INTRODUCCIÓN
En el versículo 3, la expresión “hoy” es elocuente. Recordemos que los israelitas habían llegado a los confines de la Tierra Prometida, donde un día fueron humillados por desobedecer a su Dios. Pero “hoy” tienen seguridad de entrar en ella con la ayuda de Dios. No existía obstáculo que pueda detener el despliegue de las fuerzas israelitas. ¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? (vs. 2). Respuesta: “Tú los echarás y los destruirás” (vs. 3b).
Se hace, entonces, meritoria la advertencia sobre el peligro que se corre hoy. Se retoma la actitud rebelde y orgullosa del pasado, ya que están en el mismo punto donde fracasaron en el pasado, y no pudieron entrar a la Tierra Prometida. Es muy importante que pongamos atención a las lecciones de la historia y no volver a caer en los mismos errores.
Por toda respuesta de justificación propia, obtienen esta tremenda aseveración que va acompañada de ejemplos claros de la terrible rebeldía contra lo que Dios quiere y demanda. Este es un problema que nos afecta a nosotros hoy en día. Nos afecta no sólo como sociedad, sino también como pueblo del Señor.
Veamos algunos características negativas que se les atribuye a los israelitas:
El dolor que esta actitud apóstata y rebelde causó a Dios se refleja en las siguientes expresiones: “He observado a ese pueblo” (7:13). “Tu pueblo que (tú) sacaste” (Éxodo 32:7).
También se refleja en la súplica que Jehová hace a Moisés (por las expresiones anteriores), que le deje tratar como se debe a Israel, ya que por su rebeldía no es pueblo suyo. “Déjame que los destruya”. “Te daré una nación mejor” (Deuteronomio 9:14).
El regateo que Moisés inicia refleja el amor que le tenía a su pueblo. Dios dice: “He observado a ese tú pueblo que sacaste”. Pero Moisés responde: “No se encienda tu furor contra tu pueblo que tú sacaste” (Éxodo 32:11). “No destruyas a tu pueblo, tu heredad, que (tú) has redimido con tu grandeza, que (tú) sacaste de Egipto con mano poderosa” (Deuteronomio 9:26).
En otras palabras, Moisés le dice: “No lo deseches, es tu pueblo, te pertenece, tú lo sacaste de Egipto.
Sinceramente, la oración de Moisés debería conmovernos y llevarnos al altar e interceder por aquellos que se han ido tras los deleites y concupiscencias. Deberíamos pedirle a Dios el oportuno socorro para sus almas. Por supuesto que esto no debe ser un simple reclinar de cabeza, sino en una actitud de perseverancia y con el propósito con que lo hizo Moisés. Él dice: “Me postré” y “estuve postrado” (9:25).
Jesús oró al Padre por nosotros. Rogó por nuestra seguridad y firmeza (Juan 17):
Moisés acusó a los israelitas diciéndoles: “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día en que yo os conozco” (Dt. 9:24). Moisés hizo su súplica intercesora a Dios, basándose en el hecho de que Israel, habiendo sido redimido de Egipto, era la herencia de Dios y en el hecho de que eran descendientes de los patriarcas (Dt. 9:26-27). Afortunadamente, Dios escuchó la intercesión de Moisés y trató con misericordia a los israelitas que habían roto el pacto.
i. ¿Qué espera Dios de su pueblo?
ii. Moisés da a los israelitas dos mandatos concretos en el momento en que estaban a punto de entrar a la Tierra Prometida:
iii. Moisés expone ante ellos brevemente los hechos que también conocían (Cap. 11).
iv. Se establecen las promesas para el futuro, pero si aman a Dios y le obedecen.
Jesús mostró como el más grande mandamiento el amor a Dios, el segundo amar al prójimo. Estos dos mandamientos no sólo son la base y esencia de toda la revelación del Antiguo Testamento, sino que proveen la base para la vida eterna (Mateo 22:37-39; Marcos 12:29, 31; Lucas 10:27).
Jesucristo es la revelación suprema de Dios.
El que quiera responder al amor de Dios, debe amar y creer por la fe en
Jesús. Él mismo dijo que quien ponga su fe en el unigénito
Hijo de Dios, no vendrá a juicio, ni caerá bajo la ira de
Dios; pero el que no cree en Jesucristo ya está condenado (Juan
3:18). De manera que la respuesta debe ser clara; pues las opciones
son dos: vida eterna en Cristo, o caer bajo la ira de Dios.