PARA ESTUDIO: Capítulos 22 – 26.
LECTURA DEVOCIONAL: Romanos 12:14-20.
VERSÍCULO PARA MEMORIZAR: Romanos 12:21.
PROPÓSITO
Considerar algunos elementos que nos ayudan en nuestras relaciones domésticas y sociales.
INTRODUCCIÓN
Moisés cuando traslada estas instrucciones les recuerda a los israelitas que la prosperidad, la justicia y las bendiciones son para quienes ponen por obra sus mandatos y manifiestan el respeto debido hacia sus semejantes. No así para quienes se ponían en contra de Dios y de su pueblo. Éste acarreaba sobre sí el juicio de Dios.
2. Dt. 22:13-21. Respecto a los esposos. Si luego de haberse casado, el hombre acusaba a la mujer de no ser virgen, estas acusaciones debían ser oídas por los ancianos de la ciudad. Si se declaraba sin lugar la acusación, se imponía una multa, la cual debía ser entregada al suegro. Si resultaba cierta, la esposa debía ser apedreada para purgar el mal de la comunidad.
3. Dt. 22:22. Si un hombre cohabitaba con una mujer casada, ambos debían ser ejecutados por lapidación. Si una muchacha prometida en matrimonio era deshonrada, el culpable debía ser apedreado. La muchacha era castigada solamente que el ataque ocurría en la ciudad, y ella no pedía auxilio; no así cuando sucedía en un lugar donde no había muchos habitantes, es decir, donde no podía pedir auxilio.
4. Dt. 22:23-29. Si una muchacha no prometida era seducida, el culpable debía pagar la suma estipulada al padre y casarse con ella sin derecho a divorciarse. En ningún caso era permitido que un hombre se casara con la esposa de su padre, o sea, su madrastra.
Con el cumplimiento de estas normas relacionadas con el matrimonio y el divorcio, los israelitas aseguraban la santidad de la vida familiar y del hogar.
5. La carta de repudio. ¿Por qué razón un hombre podía repudiar a su mujer?
Deuteronomio 24:1 dice: “Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa”.
La frase “alguna cosa indecente” ha causado mucha discusión. La pregunta que existe es si tiene relación con el adulterio, o se refiere a cosas livianas, como por ejemplo, dejar quemar la comida. No se sabe con exactitud cuáles eran los motivos para repudiar a una mujer. Lo que sí es cierto es que esta disposición de dar carta de repudio a la mujer no fue establecida por la ley de Moisés. En realidad esta disposición fue dada, no porque fuera la voluntad de Dios, sino por la duraza del corazón de los hombres. Así lo confirmó Jesús en el Nuevo Testamento: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres: mas al principio no fue así” (Mateo 19:8). Incluso en el tiempo de Moisés no existía ninguna razón de tipo moral que justificara el repudio hacia las mujeres. Lamentablemente, esto aconteció muchas veces.
La evidencia comprueba que las cartas de repudio se daban sin que hubiera ningún pecado de adulterio; ante un pecado de adulterio, el hombre no tenía necesidad de dar carta de repudio a la mujer; ella debía ser entregada al juez para ser condenada. Levítico 20:20 dice: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Éxodo 20:14; Levítico 18:20; Deuteronomio 5:18).
¿Entonces por qué permitió Dios dar carta de repudio? Realmente fue por la misericordia de Dios hacia las mujeres. Los hombres, al repudiar a sus esposas las trataban mal. Dios, al ver el sufrimiento de estas mujeres, decidió que, en lugar de que estuvieran sufriendo, era mejor que quedaran en libertad.
6. El Levirato (25:5-10). La palabra “levirato” viene del latín “LEVIR”, que significa “hermano del marido”. Esta ley establecía que el hermano del que moría sin dejar descendencia, debía casarse con la viuda a fin de proveer un heredero. En Israel estos matrimonios no eran obligatorios, pero era una costumbre que demostraba afecto fraternal. Si alguien se negaba a seguir esta costumbre, su oposición requería la consideración de los ancianos.
No se le podía negar la ayuda a quien la necesitaba, aunque no la pidiere. Nuestra sociedad actual está cargada de indiferencia y disimulo. Esto, por supuesto, Dios no lo ve con buenos ojos. Él quiere que ayudemos al necesitado, aunque sea nuestro enemigo (Mateo 5:42-44).
La autoridad de la ley divina ordenaba que la propiedad perdida o extraviada de otro, debía ser cuidada por el que la hallara, hasta que se presentara la oportunidad para entregarla al dueño (22:1-4).
Se permitía a cualquiera que entrara en la viña de otro comer todo lo que quisiera, o si pasaba por un campo de trigo podía comer cuánto quisiera. De este modo su necesidad inmediata quedaba satisfecha (Dt. 23:24-25).
Los que poseían más bienes materiales no tenían derecho a explotar a los pobre y a los necesitados; y además, no podían cobrar interés por préstamos hechos a otros israelitas (Dt. 23:19-20).
Se esperaba que en los tratos comerciales se utilizaran pesas y medidas justas (25:13-16; Levítico 19:35-37). La manera en que el hombre trata a sus semejantes en los negocios diarios pone de manifiesto su correcta relación con aquel que ama la justicia.
El molino o la piedra de molino no podían utilizarse como garantía de pago de una deuda porque eran indispensables para preparar el alimento diario (24:6).
Cuando llegaba el tiempo de la cosecha el dueño recibía instrucciones de dejar las gavillas en el campo para que los pobres y los necesitados pudieran recoger las sobras (Dt. 24:19-21). De este modo los inmigrantes, los huérfanos y las viudas pudieran recoger alguna comida para su sustento. Véase Rut 2:1-3, 15 – 17.
Con relación al trato de los animales, no se debía arar con el buey y el asno juntamente (22:10). Esta norma obedecía a motivos humanitarios ya que el paso y la forma de tirar de estos son muy desiguales. Cuando se utilizaba el buey para trillar el grano, no se le debía poner bozal para que pudiera comer libremente mientras prestaba el servicio (25:4).
Se prometía gozo de la vida al que cumpliese las leyes respecto al trato a los pájaros (Dt. 22:6-7).
La advertencia sobre el maltrato a los pobres es solemne. Ello implicaba falta de respeto y reverencia a Dios. Retener un jornal diario podría dar como resultado que éste clamara a Dios que le ayudara, y entonces el castigo caería sobre el otro (24:15).
La advertencia más impresionante parece ser el recuerdo del incidente que provocó la lepra de María (24:8-9; Números 12:10-15). Si María, la hermana de Moisés, por quien Dios se reveló a Israel, recibió el castigo de la lepra al haberse revelado y murmurado ¿cuántos más lo tendrían los israelitas si cayeran en alguna falta?
Constantemente se les recordaba que habían sido libertados de Egipto (24:18, 20). Esto debía hacerlos reflexionar al momento de pensar maltratar a un semejante.
La persona traía su ofrenda, que consistía en una cesta con las primicias al sacerdote, y reconocía verbalmente que vivía, entonces, en la tierra que Dios había prometido a sus padres (26:3). Seguidamente el sacerdote tomaba la canasta y la colocaba delante del altar de Jehová.
Los aspectos esenciales del que iba a adorar al santuario eran:
De este modo el israelita expresaba en forma material su amor y su interés por el prójimo. Una vez que hiciera esto, según las instrucciones, podía venir y hacer su confesión ante Dios. Sucedía esto al final de la temporada de la recolección, muy probablemente al final de la celebración de la Fiesta de los Tabernáculos.
Confesaba que había obedecido a la voz de Dios, pedía en oración que Dios bendijera a su pueblo y a la tierra que Él les había dado como cumplimiento del juramento que había hecho a sus padres.