PASAJE PARA ESTUDIO: Deuteronomio 31 – 34.
LECTURA DEVOCIONAL: Deuteronomio 31:1-8.
PARA MEMORIZAR: Deuteronomio 31:8.
PROPÓSITO
Demostrar que la obra de Dios continua adelante, no por el esfuerzo humano, sino por la acción poderosa de Dios.
INTRODUCCIÓN
La actividad del hombre se encuentra subordinada por el tiempo y circunstancias determinadas. A pesar de eso el plan de Dios es continuo. Cuando las generaciones pasan y los tiempos cambian, Él continúa operando para llevar a cabo sus planes y propósitos. El tiempo de Moisés se acerca al final y las responsabilidades que Dios decretara para su siervo han llegado a su caducidad. Es el momento de ser reemplazado.
A. DIOS NOMBRA SUS DIRIGENTES (Deuteronomio 31)
Habiendo dirigido su atención a la presencia de Dios entre ellos (vs. 6), les presenta a Josué como su nuevo dirigente y públicamente encarga a éste que vaya con los israelitas a poseer la tierra que Dios había prometido a los patriarcas. En su empeño debía dar el ejemplo siendo valiente y audaz. Le promete que Dios irá con él: “Y Jehová va delante de ti; Él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni de intimides” (31:8).
De esto aprendemos que un líder consagrado es importante en la obra de Dios, pero la causa divina es más grande que un individuo. La obra de Dios no se detendrá con la muerte de un líder, aunque sea el mejor.
Josué no era un desconocido ni tampoco fue escogido apresuradamente para esta tarea. Había servido como capitán del ejército cuando los israelitas derrotaron a los amalecitas en Refidim (Éxodo 17:8-14). Había sido también uno de los doce espías enviados a la tierra de Canaán desde Cades-Barnea para explorar la Tierra Prometida (Números 13:16). Josué y Caleb trabajaron un informe personal, animando al pueblo. Cuando éstos se rebelaron, Josué y Caleb fueron los dos únicos de esa generación que quedaron excluidos del juicio que cayó sobre todo Israel, y recibieron la noticia de que tendrían el privilegio de entrar a la Tierra Prometida.
El mensaje que recibe Josué de Dios es directo: 1. Esfuérzate y sé valiente. 2. Tú, Josué, llevarás a los israelitas hasta Canaán, la tierra que yo he prometido darles. 3. Yo soy Dios y estaré contigo.
Josué tenía necesidad de una palabra para sí mismo, como uno que era llamado a ocupar un lugar prominente y distinguido en la congregación. Mas la palabra que se le dirige, es la misma grande y preciosa verdad dirigida a toda la asamblea. Se le asegura que estarán con él la presencia y poder divino. Esto es lo suficiente para cada cual y para todos, tanto para Josué como para el más pequeño de la congregación.
El liderazgo que se indica aquí en el traspaso de mandos debe tener ingredientes importantes. La lectura de la Palabra de Dios: “Cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová... leerás esta ley” (Dt. 31:11). El involucramiento de los niños: “Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños...” (vs. 12).
Últimamente se observa un descuido lamentable de la lectura de las Sagradas Escrituras. Parece que su atractivo ya no es lo suficiente grande como para hacernos congregar y leerla. Tal vez pueda decirse que las gentes tienen la Palabra de Dios en sus casas. Todo el mundo debe leer la Escritura en casa, y no hay aquella necesidad de lectura pública. Hasta hemos hecho observaciones como: “no hay que leerlos todos, sólo usarlos como base”. Es más en clase ya sólo tomamos la lectura devocional. Por supuesto con el entendido que los capítulos de estudio ya se leyeron en casa. Un comentarista dice (C. H. M.): “Podemos estar seguros de que si la Palabra de Dios fuese estímulo y apreciada en privado y en la familia, sería apreciada, estimada y estudiada en público”.
ILUSTRACIÓN
Un niño estaba hojeando la Biblia de la familia, y como se dio cuenta que estaba llena de polvo, por el poco uso que hacían de ella, dirigiéndose a la mamá, le dijo: “Mamá, ¿Este libro es de Dios? “Sí, querido”, respondió ella. “Entonces”, prosiguió el niño, “Haríamos mejor en devolvérselo, pues nunca lo usamos”.
Vs. 1-6. Los cielos y la tierra son llamados como testigos del pacto que existían entre Dios y los israelitas. Dios es descrito como “la Roca” o refugio de los israelitas (15, 18, 30). Aún con este proceder del pueblo, Dios se revela como justo y fiel a su promesa, cumpliendo su Palabra.
Vss. 7-18. ACTITUDES. El amor y el cuidado divino siguieron a los israelitas en el desierto. Se encontraron rodeados de bestias salvajes, en lugares áridos, pero nada les faltó. Fueron cuidados como quien “cuida la niña de sus ojos”, o como “águila a sus polluelos”. A pesar que disfrutaron de todos estos beneficios, no respondieron con gratitud, sino que se comportaron como bestias (vs. 15). En su arrogancia, se volvieron a los ídolos; y tomaron de los recursos que Dios, y ofrecieron ofrendas a los demonios.
Vss. 19-25. CONSECUENCIAS. Serían abandonados al hambre y a la destrucción por sus enemigos, por haber tolerado y adorado a dioses extraños. La maldición de extinción caería sobre ellos ya que fueron adúlteros en su relación con Dios por adorar a los ídolos, y el adulterio se castigaba con la muerte.
Vss. 26-43. ESPERANZA. El propósito del juicio sobre Israel era la redención en la última consecuencia del plan divino. Los verdaderos siervos de Dios serían vengados. Lamentablemente, en tiempos posteriores, el juicio de Dios cayó sobre Israel ya que su corrupción moral era como la de los habitantes de Sodoma y Gomorra. Pero este cántico concluye con la esperanza de júbilo y de triunfo final
Moisés como padre espiritual de las doce tribus pronuncia sus últimas palabras de bendición, las cuales son consideradas como el testamento de Moisés. La revelación de Dios por su medio constituyó la manifestación más importante del Ser Supremo en el Antiguo Testamento. Esta revelación tenía como propósito el que tuvieran un conocimiento suficiente de la voluntad de Dios para poder vivir como nación justa y como pueblo santo, identificado con el Rey de reyes (Éxodo 19:4-6).
Al concluir las bendiciones para cada tribu Moisés medita en la majestad y en la grandeza de Dios, considerando a Israel como afortunado al estar identificado con este gran Dios que no tiene igual, que no está limitado ni por el espacio ni por el tiempo, porque Él es eterno y es el que con sus brazos eternos sostiene y anima a Israel.
Cuando finalizan las bendiciones pronunciadas a las tribus, Moisés se encamina sólo hasta el Monte Nebo, a la cima del Pisga. El Monte Nebo alcanza una altura de 835 metros. En un lugar a 19 Kilómetros, al este de donde converge el río Jordán con el mar Muerto, a 394 metros, bajo el nivel del mar. De aquí se permite a Moisés contemplar la tierra de la promesa, como se puede notar, un punto muy ventajoso.
Moisés dirigió su mirada hacia el norte. Desde este punto, pudo ver el valle del Jordán que se extendía más allá del mar de Galilea hasta el pico, cubierto de nieve, del monte Hermón a 193 Kilómetros al norte, donde formaba el término sur la cordillera frente al Líbano, 2,814 piez sobre el nivel del mar. Notemos que el versículo 7 nos indica que “sus ojos nunca se oscurecieron”. Aunque muy probablemente Moisés no pudiera ver el mar Mediterráneo, vio la tierra directamente al oeste, especialmente el oasis fresco que rodeaba a Jericó, que los israelitas habían anticipado como posesión suya, al cruzar el río Jordán. De este modo Moisés pudo contemplar la tierra que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob.
Moisés, este gran siervo del Señor, murió en el monte Nebo como se le había ordenado en Dt. 32:50, “muere en el monte al cual sube” y fue enterrado en el valle moabita. Se desconoce el lugar exacto. Judas 9 se refiere a este suceso, pero también omite este dato.
También por mandato divino, Moisés había ordenado a Josué como sucesor suyo, mediante la imposición de manos. El pueblo obediente al mandato de su dirigente reconoce la sucesión de Josué (Dt. 31:1-8). Como recordarán en la lección introductoria, referimos este momento, haciendo referencia a Moisés como “la expectativa” y a Josué como la “realización. Moisés pasa el Mar Rojo, Josué, el Jordán. Moisés los libra de la esclavitud; Josué los introduce a las bendiciones; Moisés les proporciona una visión de fe; Josué introduce a una vida de fe; Moisés les habla de una herencia: Josué los introduce a la posesión. Aunque éste último era sucesor del gran líder, no fue igual. En efecto, de todos los profetas que aparecieron desde entonces. Jamás se levantó uno como Moisés (Dt. 18:15; Números 12:6-8). Moisés fue único entre los profetas de Israel y en esta relación divino-humano, Dios conoció a Moisés “cara a cara”. En revelación divina, tanto de palabras como por los hechos poderosos de Dios, manifestados en su ministerio, Moisés no tuvo nunca igual en ningún profeta posterior, hasta la venida de Jesucristo.
NOTA
Aunque nunca se erigió ningún memorial para que se pudiera reconocer el lugar donde se encontrara la tumba de Moisés, él no fue olvidado. La revelación tal como registra el Pentateuco, se recuerda de generación en generación, como la ley de Moisés; y profeta tras profeta recordaban a los israelitas que Dios había hablado por medio de Moisés. El mismo Jesús lo hizo. Y Moisés aparece nuevamente en la historia sobre el monte de la transfiguración con el profeta Elías y con el Señor Jesucristo (Mateo 17:3; Marcos 9:4; Lucas 9:30-31).
Josué y el pueblo de Israel no podían mirar el futuro más allá de lo que podemos ver nosotros hoy. Sin embargo, sabían que la Tierra prometida habían batallas, desalientos y momentos de muchas pruebas. El hecho que la tierra era “Prometida”, y que Dios estaba del lado de ellos, no garantizaba la desaparición del desaliento, y del posible fracaso.
En nuestras vidas debemos reconocer que el ser una persona salvada y santificada, no nos hace impunes a los problemas, los contratiempos, las tristezas y tragedias. Pero debemos descansar en las palabras consoladoras del Señor: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad yo he vencido al mundo”, y en las que Moisés dirigió a Josué: “Jehová es el que va delante de ti”.
La historia continúa. El recorrido no ha terminado. Moisés y Josué no están con nosotros, pero tenemos a alguien más poderoso que ha venido a lado nuestro para fortalecernos y es el consolador: El Espíritu Santo. Es más, nosotros mismos tenemos ahora la responsabilidad de ver hacia delante y guiar a todo aquel que desea tomar la senda de la vida; por lo que es muy importante que nos apropiemos de la promesa y marchemos a poseer la tierra. Hay más por conquistar.
Seamos, pues, partícipes en la continuación del pacto, tomando en consideración: 1. Un nuevo líder (Dt. 31). 2. Un nuevo canto (Dt. 32). 3. Una nueva bendición (Dt. 33). 4. Una nueva tierra (Dt. 34).