En las lecciones anteriores hemos procurado dejar muy claro que los padres Cristianos tienen la primera oportunidad y privilegio de brindarles a sus hijos Educación Cristiana. Sabemos por la dura experiencia, y con tristeza lo diremos, que hoy día el hogar cristiano ha echado sobre los hombros de la iglesia gran parte, sino toda, la responsabilidad de esta tarea. Por esa razón la Escuela Dominical ha alcanzado un primer lugar en los dominios de la enseñanza cristiana. ¿Está aceptando su iglesia esta gran responsabilidad? ¿Hay cristianos consagrados en su iglesia dispuestos a sacrificar sus energías tiempo y aún dinero para dedicarse a la difícil, pero importante tarea de instruir a los niños, jóvenes y adultos de su congregación y comunidad?
En la organización de la Escuela Dominical el maestro es la persona más importante. Él es el centro del programa entero de Educación Cristiana. Si el maestro fracasa, la Escuela Dominical también fracasa. Con razón se ha dicho que “el maestro es el obrero más alto y más importante de la Escuela Dominical”.
A Cristo se le honró llamándole Maestro, y Él mismo magnificó este ministerio comisionando a sus discípulos para que fueran a todo el mundo, y doctrinaran a todas las naciones enseñándoles que guardaran todas las cosas que Él les había mandado. Tenemos razones para creer que Jesús quiso que se reunieran a los alumnos en clases, bajo la dirección de maestros hábiles para el estudio de la Palabra de Dios. Parece que así fue entendida la gran comisión, por lo que leemos en Hechos 5:42: “Todos los días, en el templo y en las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”.
El sublime mandamiento de Cristo de enseñar a todas las gentes es, hasta cierto punto, obligatorio para todos los creyentes del mundo entero. Pero juntamente con el mandamiento nos dio una promesa: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). El Señor quiere que enseñemos actitudes, apreciaciones, hábitos, conducta, procedimientos y todas las cosas mandadas por Él.
El crecimiento de la vida cristiana es continuo. El mismo Pablo dijo, cuando estaba en el final de su vida: “No que haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:12-14). ¿Por qué debemos enseñar a los creyentes? Para que “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15).
El problema de cada iglesia es encontrar personas que quieran enseñar. El escritor de Hebreos (Hebreos 5:12) nos dice algo muy significativo: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar...”. Como si dijera: “Ustedes ya deberían ser maestros, tienen tanto tiempo de ser creyentes; y después de haber sido enseñados ya deberían también enseñar a otros”. Los que han conocido a Cristo y su Palabra por varios años, deberían aprender a compartir con otros lo que han aprendido. Todos los maestros han nacido, pero no todos han “nacido maestros”. Los maestros efectivos en la Escuela Dominical han aprendido cómo hacer bien su trabajo. El mejor método de aprendizaje es la práctica y el estudio paciente. Si usted ama a Dios sinceramente, desea servirle y ayudar a otros espiritualmente, aquí está su oportunidad.
Hoy más que nunca se necesitan maestros consagrados al Señor; que dediquen todo su corazón, entusiasmo, tiempo y energía a la tarea de instruir a otros, para que tanto los niños, los jóvenes y adultos de nuestra iglesia, crezcan espiritualmente. Solamente así podemos tener una iglesia fuerte, con creyentes llenos del Espíritu Santo, dispuestos a honrar y servir al Señor.
El maestro, para que pueda cumplir con su verdadera tarea y responsabilidad, debe ser una persona convertida y llena del Espíritu Santo. El maestro que no es cristiano en hechos y en verdad, desacredita el puesto sagrado que tiene, y su primera responsabilidad es arreglar su vida con Dios o renunciar al cargo que desempeña en la iglesia.
La enseñanza difiere de la predicación, porque establece un contacto personal y una asociación íntima del instructor con el alumno. Alguien ha dicho que “predicar” es hablar por radio, pero “enseñar” es hablar por teléfono. En todo contacto, o influimos en otros, o somos influidos. Recibimos una impresión, o dejamos una impresión nuestra en cada persona con quien nos encontramos. Por esta razón el carácter y experiencia del maestro de Escuela Dominical debe revelar lo siguiente: