LECTURA PARA PREPARAR LA LECCIÓN: Jueces 1:1 hasta 3:6.
LECTURA DEVOCIONAL ANTES DE INICIAR LA CLASE: Jueces 2:1-10.
VERSÍCULO PARA RECORDAR: Jueces 2:7.
PROPÓSITO DE LA LECCIÓN
Hacer ver las consecuencias de no alcanzar una total victoria en la vida espiritual después de obtener la victoria inicial en la conversión.
A. INTRODUCCIÓN
Desde el inicio de la conquista, en 1230 a. C., tras la derrota de Jericó y Hai (Josué 9:3-27), los de Gabaón habían engañado a los israelitas, haciéndoles creer que venían de tierras lejanas para unirse con ellos al oír de las grandes maravillas que Jehová había realizado para Israel. Los israelitas pactaron con los gabaonitas y les juraron que no los matarían. Por ello, al descubrirlos no pudieron hacerles nada más que reducirlos a servidumbre, asignándoles las tareas de “leñadores y aguadores para la congregación, y para el altar de Jehová”.
V. 4. Los cananeos eran todos los habitantes de Canaán antes de la Conquista. A veces se hace diferencia entre cananeos (habitantes de los valles y las planicies costeras), y los amorreos (habitantes de las montañas). Se menciona también a los heteos (descendientes dispersos del disuelto imperio hitita), a los ferezeos, los heveos y los jebuseos.
Vs. 6 y 7. El castigo de cortarle los pulgares al enemigo vencido no era frecuente entre los israelitas. El rey Adoni-bezec lo aceptó como aplicación de la ley del talión: “ojo por ojo”, por lo que él había hecho a otros. Fue llevado a Jerusalén y allí murió.
Jerusalén, que se haría famosa más adelante al tomarla David y convertirla en la capital de su reino, existía ya posiblemente desde unos 3000 a. C. En tiempos de Abraham, 2000 a. C., era gobernada por Melquisedec, rey y sacerdote del Dios Altísimo, a quien el patriarca Gén. 14:18, 20 le dio “los diezmos de todo”.
V. 8. Durante la conquista, Jerusalén parece haber sido ocupada sólo temporalmente por los hijos de Judá, porque más adelante los jebuseos siguieron allí hasta que David los derrotó definitivamente y les quitó el dominio de la ciudad.
V. 10. La tribu de Judá tomó la ciudad de Hebrón donde estaban (y están hasta hoy) la tumba de los patriarcas de Israel y sus esposas: Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Lea, Gén. 49:31-33; 50:13-14. Hebrón está actualmente en poder de los árabes palestinos, es un foco constante de conflictos y objeto de las noticias.
Recordemos que los espías que Moisés había enviado a reconocer la tierra de Canaán creyeron que era imposible tomarla, “excepto “Caleb hijo de Jefone cenezeo, y Josué hijo de Nun, que fueron perfectos en pos de Jehová”, Núm. 32:12. Caleb era descendiente de Cenaz, y éste de Esaú (o Edom). Los cenezeos, que eran nómadas, estaban asociados con la tribu de Judá.
Vs. 11-15. Caleb ofreció a su hija Acsa al que tomara la ciudad de Quiriat-sefer. El que lo logró fue Otoniel, su sobrino, quien más tarde sería el primer juez.
Vs. 16-18. Los hijos de Jetro, suegro de Moisés (llamado en otras partes Hobab y Reuel), eran nómadas asociados con los madianitas y con los amalecitas, y habitaban entre los de Judá. Las tribus de Judá y Simeón conquistaron a los cananeos al desierto de Neguev en el sur.
V. 19. Los de Judá derrotaron a los que vivían en las montañas, pero no a los que vivían en las llanuras, quienes poseían carros con ruedas herradas.
V. 20. Josué le concedió a Caleb la ciudad de Hebrón, en cumplimiento de la promesa de Moisés por ser uno de los dos espías valientes, Josué 14:6-14.
V. 21. Aunque Jerusalén había sido ocupada temporalmente por Judá (v. 8), los de Benjamín no pudieron desalojar de allí a los jebuseos definitivamente.
Vs. 22-26. Un heteo (o hitita) habitante de Bet-el, fue descubierto por los que espiaban la ciudad para tomarla. Le ofrecieron dejarlo ir a él y a su familia a cambio de mostrarles la entrada a la ciudad. El hombre lo hizo y pudo escapar, mientras los de la casa de José (Efraín y Manasés) tomaron la ciudad. Los heteos eran restos del desaparecido imperio hitita, que en su tiempo de esplendor había abarcado Asia Menor (hoy Turquía) y Siria, entre 1800 y 1200 a. C.
V. 27-30. Manasés y Efraín dejaron algunas ciudades de los cananeos en medio de ellos y luego las hicieron tributarias.
V. 31-33. Aser y Neftalí se quedaron a vivir en medio de los cananeos a los que no pudieron conquistar.
V. 34. Los de Dan no tenían posesión, pues los amorreos (talvez acosados también por los filisteos) no los dejaban descender a los llanos. Más adelante fueron también expulsados de las colinas y tuvieron que buscar tierras más al norte.
V. 3. Como resultado de su infidelidad les dijo: “No los echaré delante de vosotros, sino que serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero”. Aunque los cananeos desaparecieron en gran medida como pueblo y fueron absorbidos por los israelitas, su mala levadura contaminó a Israel.
Vs. 4-5. Los israelitas lloraron de tristeza y ofrecieron sacrificios a Dios.
V. 10. Se levantó “otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel”. Hubo tal fracaso en la enseñanza a los hijos, que la nueva generación ni tenía conocimiento de Dios, ni sabía la historia de lo que él había hecho por su pueblo. Las instituciones religiosas y el hogar habían olvidado su labor de instruir a los niños y a los jóvenes.
V. 14. El castigo de Dios para los israelitas fue:
Vs. 16-19. Con todo, Dios era movido a misericordia y les levantaba libertadores. Pero los israelitas no escuchaban su dirección espiritual y, después de ser liberados de sus opresores, volvían a servir a los baales. Un rasgo terrible de esta desobediencia era que cada vez era peor: “se corrompían más que sus padres”.
En medio de la necedad, obstinación y depravación de Su pueblo, Dios siempre tuvo misericordia de él, II Tim. 2:13.
Vs. 20-23. Los israelitas no pudieron dominar a los cananeos pues Dios los castigó por haber pactado con ellos, haberse mezclado en matrimonio y haber contaminado su fe. Dios dispuso ya no expulsarlos, sino dejarlos para seguir probando la fidelidad de Israel en el futuro.
Vs. 3-5. Las naciones dejadas sin conquistar fueron: los filisteos, los cananeos, los sidonios, los heveos, los heteos, los amorreos, los ferezeos y los jebuseos.
V. 6. La consecuencia de los matrimonios con aquellos pueblos fue que los hijos de Israel cayeron en la idolatría. La nación abandonó al Señor Jehová, mostró deslealtad a sus antepasados, e ignoró voluntariamente las poderosas obras del Señor, especialmente su portentosa liberación de la esclavitud en Egipto.
El Nuevo Testamento reitera el mandamiento de evitar la unión con los incrédulos. II Cor. 6:14-18 dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?”