La personalidad del predicador tiene mucho que ver con el efecto de su mensaje. Un pintor puede ser un canalla, y sin embargo, hace una pintura que será admirada en gran manera; un escritor puede ser inmoral y no obstante producir un libro que le traiga mucha fama.
No es así con el predicador y su sermón. Son íntimamente unidos los dos; en verdad el sermón ha de ser la expresión de u misma vida y experiencia. Si no es así, lo que se llama su sermón no será sino “metal que resuena o címbalo que retiñe” (1a. Corintios 13:1).
La verdad tiene que llenar al predicador antes que él pueda proclamarla con poder que convenza. Aunque es cierto que un predicador desconocido puede engañar a la gente y aun puede haber almas convertidas a Cristo, sin embargo si ese mismo predicador permanece en el mismo lugar hasta que le conozcan, sus predicaciones llegarán a ser inútiles y aun perniciosas. Por tanto se ve que la preparación para el ministerio del evangelio no consiste en ciertas reglas para hacer sermones o la manera de darlos, sino en el desarrollo del mismo predicador.
CUESTIONARIO