INTRODUCCION
I. TEMARIO DOCTRINAL II. DE DIOS A. DIOS EL PADRE B. DIOS EL HIJO C. DIOS EL ESPIRITU III. DE LA BIBLIA IV. DE LA CREACION Y CAIDA DE HOMBRE V. LA JUSTIFICACION Y LA SANTIFICACION VI. DE LA IGLESIA VII. DE LA RESURRECCION Y EL JUICIO FINAL |
VIII. DEL BAUTISMO
IX. DE LA CENA DEL SEÑOR X. DEL CULTO PUBLICO XI. TESTIMONIOS DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Y RESPONSABILIDADES SOCIALES A. LA LIBRE CONCIENCIA B. EL JURAR C. LA PAZ XII. DEL MATRIMONIO XIII. DEL DIA DOMINGO CONCLUSION |
En la Trinidad de Dios: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el
Espíritu Santo.
En la Deidad y humanidad de Jesucristo nuestro Señor.
En la inspiración plenaria de las Sagradas Escrituras.
En la creación y caída del hombre y la depravación
moral de la humanidad.
En el juicio de Dios sobre los pecadores y el suplicio eterno para
los que finalmente rechazan a Jesucristo.
En la justificación y santificación de los creyentes
por la muerte y resurrección de Jesucristo y por el bautismo del
Espíritu Santo.
En el pronto regreso de nuestro Señor Jesucristo.
Que la evangelización del mundo debe ser la misión suprema
del pueblo de Dios en esta época.
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Dios, el Padre, es el Creador principal (Gen. 1:1; Isa. 40:21-31; Mt.
11:25-27) y el Sustentador de todas las cosas (Job 7:20; II Crónicas
16:9). Dios, el Padre es El que hizo el gran plan de Salvación
para el hombre y toda su creación (I Jn. 3:1; Ef. 1:4). El
es quien mandó a su Hijo Unigénito al mundo (Jn. 3:16), le
resucitó de los muertos (Hch. 10:40), y ahora le exalta, dando a
Jesús nombre sobre todo nombre (Fil. 2:9). La Biblia nos dice
que Dios, el Padre, trae a los hombres al arrepentimiento (Jn. 6:44), les
perdona mediante su Hijo (Isa. 55:7; Lc. 11:4, 23:34), y les da toda buena
dádiva (Stg. 1:17). A El (Dios el Padre) se dirigen las peticiones
y oraciones (Lc. 11:2) y es Dios El Padre quién dará el Espíritu
Santo a los que le piden (Lc. 11:13). Es solamente el Padre que sabe
el día y la hora cuando vendrá el Hijo del Hombre la segunda
vez al mundo. (Mt. 24:36; Hch. 1:7)
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Anduvo haciendo bienes (Hch. 10:38), era hombre verdadero: sufriendo fatigas (Isa. 53:4; Lc. 12:50), tristeza, hambre, sed y cansancio (Jn. 4:6), dolor y angustia (Lc. 22:43,44) y siendo tentado en todo, sin pecado (Heb. 4:15). Murió por nuestros pecados, resucitó de la tumba, ascendió a los cielos y es ahí nuestro intercesor (Heb. 1:3; 9:24) de donde vendrá (Jn. 14:3; Hch. 1:11) para establecer su Reino y juzgar (Jn. 5:22,23) a los vivos y los muertos (Jn. 5:28,29; Hch. 1:9-11; Col. 1:5; Fil. 2:5-8, Heb. 4:1-16).
Todo poder le es dado en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18).
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El Espíritu Santo es quien hace manifiesto el pecado. El vivifica a los que están muertos en sus pecados y transgresiones, y abre los ojos del alma para ver al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Ef. 2:1).
Viniendo en el nombre y con la autoridad del Señor que resucitó y subió al cielo, El es la preciosa prenda del amor continuo de nuestro Rey ensalzado. El toma de las cosas de Cristo y las revela, como posesión real del alma del creyente (Jn. 16:14). Morando en los corazones de los creyentes (Jn. 14:17), abre su entendimiento para hacerles comprender las Santas Escrituras, y llega a ser para el corazón sumiso y contrito, su Guía, su Consolador, su Sostén y su Santificador.
Creemos que la calificación esencial para el servicio del Señor,
es dado a sus hijos por medio de la recepción y el bautismo del
Espíritu Santo. Este Espíritu Santo es el sello de
la reconciliación del creyente con Cristo Jesús (Ef. 1:13-14),
el Testigo de su adopción en la familia de los redimidos (Rom. 8:15-16);
el anticipo de la plena comunión y el gozo perfecto que están
reservados para los que permanecen fieles hasta el fin.
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Quien quiera que se someta sin reserva a Dios, creyendo y apropiándose de sus promesas - ejercitando su fe en Cristo Jesús, experimentará continuamente la limpieza de su corazón por aquella preciosa sangre y por medio del poder renovador del Espíritu Santo; será guardado para poder vivir en conformidad con la voluntad de Dios; le amará con todo su corazón, alma y fuerza y pondrá decir con el apóstol Pablo: "La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte." (Rom. 8:2) Tendrá la plena experiencia que el bautismo con el Espíritu Santo es el libramiento de la corrupción, naturaleza pecaminosa y amor al pecado. A esta experiencia somos todos llamados para servir al Señor en santidad y justicia delante de El todos los días de nuestra vida. (Lc. 1:74,75; I Tes. 5:23,24)
Sin embargo, el cristiano más santo está expuesto
a la tentación y a los asaltos sutiles de Satanás y solamente
puede permanecer en la santidad velando humildemente en oración
y guardándose en constante dependencia de su Salvador, andando en
la luz (I Jn. 1:7) en amorosa obediencia y fe.
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Los miembros son sacerdotes de Dios para adorar y servir.
La Iglesia será raptada un día por el Señor en el
aire, lo que terminará la época de la Iglesia verdadera en
la tierra. (I Tes. 4:16,17; Ap. 1:6; Hch. 2:21;
Mt. 28:19,20; Ef. 1:3-6)
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Creemos no sólo en una resurrección en Cristo de nuestro estado caído y pecaminoso aquí, sino también en una resurrección y ascensión a la gloria con El en un tiempo futuro, para que cuando El aparezca finalmente, aparezcamos con El en la gloria (I Tes. 3:13; Judas 14). Todos los que viven en rebelión contra la luz de la gracia y mueren impenitentes, saldrán a resurrección de condenación (Jn. 5:28,29). El alma de cada hombre o mujer será reservada en su ser propio y distinto y tendrá su propio cuerpo según a Dios le plazca darle. Es sembrado un cuerpo natural, es levantado un cuerpo espiritual (I Cor. 15:44; I Cor. 15:50-53; Lc. 20:36; Fil. 2:20,21).
Creemos que tanto el castigo de los malos y la bienaventuranza
de los justos serán eternos, según la declaración
de nuestro Redentor, a quien el juicio es entregado: "Irán
éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna." (Mt. 25:46)
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Creemos que, como hay un Señor y una fe, así también, bajo la dispensación de Cristo, hay un solo bautismo (Ef. 4:4,5), aquel por el cual todos los creyentes son bautizados por un Espíritu en un cuerpo (I Cor. 12:13). Este no es un bautismo exterior con agua, sino una experiencia espiritual; no es el lavamiento de las inmundicias de la carne (I Ped. 3:21), sino aquella obra interior que, transformando el corazón y estableciendo el alma sobre Cristo, trae consigo la respuesta de una buena conciencia hacia Dios, por la resurrección de Jesucristo en la experiencia de su amor y poder como Salvador resucitado y glorificado.
Ningún bautismo con agua puede llenar la descripción
del apóstol de ser sepultado juntamente con El en la muerte por
el bautismo (Rom. 6:4). En esta experiencia se cumple lo anunciado
por el precursor de nuestro Señor: "El os bautizará
en Espíritu Santo y fuego" (Mt. 3:11). En este sentido aceptamos
la comisión de nuestro bendito Señor, como está registrada
en el Evangelio según Mt. 28:18-20 -
"Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por
tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Creemos que esta comisión no fue destinada a establecer
un rito nuevo bajo el nuevo pacto, ni para enlazar la iniciación
como miembros de la Iglesia, en su naturaleza esencialmente espiritual,
con una ceremonia de un carácter meramente ritual. De otra
manera no fuera posible que el apóstol Pablo, que en nada era menor
que los principales de entre los apóstoles (II Cor. 11:5), desconociera
lo que en tal caso hubiera sido parte esencial de su comisión, cuando
dijo: "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio"
(I Cor. 1:17). Cuando una ceremonia exterior es ordenada, los detalles,
el modo e incidentes de aquella ceremonia forman parte de su esencia.
Hay una ausencia total de detalles en el texto que tenemos delante (Mt.
28:18-20), lo que confirma nuestra convicción que esta comisión
debe entenderse en conexión con el poder espiritual que el Señor
resucitado prometió que acompañaría el testimonio
de sus apóstoles y de la Iglesia acerca de El, que se cumplió
en el día de Pentecostés y que acompañó poderosamente
su ministerio de la palabra y sus oraciones, de modo que tuvieron un conocimiento
salvador y viva fraternidad con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu
Santo.
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La presencia de Cristo en su Iglesia no está destinada a ser una representación simbólica, sino por la real comunicación de su propio Espíritu. "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre" (Jn. 14:16). Convenciendo del pecado, testificando de Jesús y comunicando a los suyos de las cosas de Cristo, el bendito Consolador comunica a los creyentes y a su Iglesia como una manifestación de gracia permanente y residente, la REAL PRESENCIA del Señor. Como el Gran Recordador, por quien se cumple esta promesa, El no necesita de intervención sacerdotal para comunicarles la experiencia de la verdadera conmemoración y comunión. El Redentor resucitado dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." (Ap. 3:20)
En una manera especial, cuando están reunidos para el
culto público, los creyentes son invitados a la festividad de la
paz del Señor, y, en un acto unido de fe y amor, sin estar ligado
por rito o ceremonia alguna, participan unidos del cuerpo quebrantado y
sangre derramada por ellos fuera de las puertas de Jerusalén.
En este culto pueden comprenderse las palabras con que el apóstol
habla de tan dulce y real experiencia:
La copa de bendición la cual bendecimos, ¿no es
la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no
es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan,
nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel
mismo pan. (I Cor. 10:16,17)
Entonces, creemos que solamente por el bautismo por el Espíritu Santo aprende el creyente lo que es estar crucificado y sepultado juntamente con Cristo a muerte. Solamente en comunión espiritual puede el creyente realizar la plenitud de vida que le ofrece Cristo.
Aunque reconocemos que un creyente puede observar estos dos ritos
con bendición, a veces el observar un rito vuelve a solo un hecho
sin pensar, sin sentir la presencia de Dios. Creemos que el rito
no es esencial para la salvación; y, en verdad, se puede caer en
el error de depender del rito, olvidando el sentido profundo y espiritual
de dependencia en Dios. No criticamos ni censuramos a los creyentes
verdaderos que observan estos dos ritos. Nosotros "Los Amigos" debemos
siempre orar y examinarnos que nosotros mismos seamos bautizados en el
Bautismo del Espíritu Santo y que adoremos siempre a Dios en la
comunión espiritual de oración y amor.
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El culto no depende del número. Donde quiera que dos o tres se reunen en el nombre de Cristo, allí hay Iglesia, y Cristo, la Cabeza, en medio de ella. El está presente para dar bendición adecuada a las variadas condiciones de todos aquellos que le adoran en Espíritu y en verdad - el corazón quebrantado y contrito, la confesión del alma postrada delante de Dios, la oración del afligido en su desaliento, la lucha ardiente del Espíritu, la expresión de humildes acciones de gracias, el canto espiritual y melodía del corazón (Ef. 5:19), el simple ejercicio de la fe, el abnegado servicio de amor. (I Cor. 12:4-7; Hch. 2:17,39; Lc. 22:26,27)
Creemos que la predicación del Evangelio es uno de los
medios principales, ordenados por Dios, para la promulgación de
las buenas nuevas de vida y salvación por el Redentor crucificado,
para despertar y convertir a los pecadores, y consolar y edificar a los
creyentes.
Sabiendo que solamente el Espíritu de Dios puede preparar
y hacer aptos los instrumentos que cumplen sus mandamientos, los verdaderos
discípulos se hallarán en el día de hoy, como en los
días antiguos, sentados a los pies de Jesús, escuchando para
aprender y aprendiendo para obedecer.
Por la operación inmediata del Espíritu Santo, Él, que es la Cabeza de su Iglesia escoge y califica a aquellas personas que deben presentar sus mensajes u ocuparse en otro servicio para Él. Sabemos que el Señor ha provisto una variedad de dones (I Cor. 12:4-6) para las necesidades, tanto de la Iglesia como del mundo; y deseamos que la Iglesia sienta la responsabilidad bajo el Gobierno de su Cabeza Espiritual en hacer su parte en el desarrollo de estos dones y su debido ejercicio.
Aunque la Iglesia no puede conferir los dones espirituales, es su deber, no obstante, reconocerlos y cultivarlos, y promover su eficacia por todos los medios que estén a su alcance. Mientras por un lado el Evangelio nunca debe predicarse por dinero (Hch.. 8:20; 20:33-35), por otra parte, es deber de la Iglesia tener autonomía y provisión para que nunca se impida la propagación del evangelio por falta de recursos.
Reconocemos el valor del silencio, no como fin, sino como un modo de alcanzar el fin: un silencio no ocioso ni vacío, sino una expectación santa delante del Señor.
La oración es la expresión de un sentimiento de
nuestras necesidades y de nuestra continua dependencia de Dios. El
que
dio la invitación: "Pedid y se os dará." es el Mediador y
sumo Sacerdote que por su Espíritu mueve la petición y la
presenta aceptable a Dios. De acuerdo con tal invitación,
la oración llega a ser el deber y el privilegio de los cristianos.
La oración es al alma desesperada la expresión del grito:
"Dios ten misericordia de mí, pecador" y en cada estado del curso
de la vida del creyente, la oración es esencial a la vida espiritual.
Una vida sin oración es prácticamente una vida sin Dios.
La vida del cristiano es un continuo pedir. Una vida de oración
es una vida de alabanza.
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Debemos mucho a los beneficios del gobierno civil porque de el recibimos
ordenanza de Dios instituida para promover el bienestar del ser humano
(Rom. 13:1; I Ped. 2:13-16). En materia de conciencia nos corresponde
tributarles respeto y obediencia en el ejercicio de sus legitimas atribuciones.
Hemos sostenido siempre que el deber de los Cristianos es obedecer los
decretos del gobierno civil, salvo en aquellos casos en que se opongan
a nuestra lealtad a Dios.
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B. EL JURAR: Tan honrada debe ser toda conversación del
creyente que no se precisa el juramento para comprobar la verdad de sus
dichos. El no jurar es mandamiento de Cristo mismo, según
Mt. 5:33-37. Todo creyente de buena conciencia tampoco usa formas
de jurar ni palabras que toman en vano el nombre de Dios que existen en
la conversación común del inconverso.
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C. LA PAZ: Desde su principio Los Amigos se han opuesto a la
guerra y toda forma de violencia, siendo que el levantar armas para tomar
la vida de otra persona es contrario a la ley de Dios y el evangelio de
Cristo. De este modo, todo creyente verdadero, con la convicción
que "los que tomen espada, a espada perecerán," es ejemplo de la
fe cristiana mediante la vida pacífica mostrándole al mundo
que, "las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios
para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (II Cor. 10:4-5). El creyente
verdadero cree que AMOR quita toda necesidad de guerra (Ef. 6:11-17; II
Cor. 10:3-5).
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Es el deber sagrado de los padres amar, disciplinar, proteger,
sostener, y enseñar a sus hijos. Los padres tienen la mayor
responsabilidad de que sean salvos sus hijos y de que aprendan a ser útiles
en la obra del Señor. (Prov. 22:6; Deut. 6:5-17;
Col: 3:21; Prov. 13:24)
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