BASES FUNDAMENTALES DE DOCTRINA Y ESTATUTOS DE LA ASOCIACION RELIGIOSA DE LAS IGLESIAS EVANGELICAS LOS AMIGOS EN LA REPUBLICA MEXICANA,  A. R. MARZO DE 1993

CHM; Indice de Literatura

TABLA DE MATERIAS

INTRODUCCION
I. TEMARIO DOCTRINAL
II. DE DIOS
 A. DIOS EL PADRE
 B. DIOS EL HIJO
 C. DIOS EL ESPIRITU
III. DE LA BIBLIA
IV. DE LA CREACION Y CAIDA DE HOMBRE
V. LA JUSTIFICACION Y LA SANTIFICACION
VI. DE LA IGLESIA
VII. DE LA RESURRECCION Y EL JUICIO FINAL
VIII. DEL BAUTISMO
IX. DE LA CENA DEL SEÑOR
X. DEL CULTO PUBLICO
XI. TESTIMONIOS DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Y RESPONSABILIDADES SOCIALES
 A. LA LIBRE CONCIENCIA
 B. EL JURAR
 C. LA PAZ
XII. DEL MATRIMONIO
XIII. DEL DIA DOMINGO
CONCLUSION

INTRODUCCION

Jorge Fox fue una persona al cual Dios utilizó en la organización del grupo llamado Amigos.  En su juventud deseó encontrar una fe genuina que el no encontró en la frialdad de la Iglesia de ese tiempo.  Buscó en vano con ayuda humana.  Estudió la Biblia completamente y aprendió grande porción de memoria.  Después de 4 años de búsqueda el encontró una paz interna por fe en Cristo Jesús su Señor y Salvador (Ef. 2:8-9).  Pronto empezó a decirles a otros a cerca del evangelio de salvación por medio de fe y que por fe en el Señor podemos ser libres de pecado.  Jorge Fox compartió su fe que había encontrado en las Sagradas Escrituras y pronto se expandieron las buenas nuevas de salvación y así comenzó la Iglesia de los Amigos en el siglo XVII en Inglaterra y el nombre de los amigos se tomó de acuerdo con la declaración del maestro:  "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando." (Jn. 15:14).  Poco después de establecidos Los Amigos en Inglaterra vinieron a América y se introdujeron a México por el noreste del país en el año  1871 y se expandieron por todo el país. (Regresar a la tabla)
 

BASES FUNDAMENTALES DE DOCTRINA

 En el nombre de nuestro Salvador Jesucristo y para Su honor ofrecemos una declaración de las doctrinas fundamentales de la verdad cristiana, como siempre han sido profesadas por nuestra rama de la Iglesia de Cristo.
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I.  TEMARIO DOCTRINAL

  CREEMOS . . .

En la Trinidad de Dios:  Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.
En la Deidad y humanidad de Jesucristo nuestro Señor.
En la inspiración plenaria de las Sagradas Escrituras.
En la creación y caída del hombre y la depravación moral de la humanidad.
En el juicio de Dios sobre los pecadores y el suplicio eterno para los que finalmente rechazan a Jesucristo.
En la justificación y santificación de los creyentes por la muerte y resurrección de Jesucristo y por el bautismo del Espíritu Santo.
En el pronto regreso de nuestro Señor Jesucristo.
Que la evangelización del mundo debe ser la misión suprema del pueblo de Dios en esta época.
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II.  DE DIOS

 Creemos que Dios es una Persona en una Trinidad:  Padre, Hijo y Espíritu Santo, idénticas en naturaleza, atributos y perfecciones.  Dios es eterno, todo sabio, todopoderoso, santo y es amor.  (Deut. 6:4; Mt. 28:19; I Cor. 8:6; Jn. 4:24; Jn. 10:30; Salmo 90:1,2; Rom. 11:33; 16:27; Gen. 17:1; Isa. 6:3; 57:15; I Jn. 4:8)
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A.  DIOS EL PADRE

La Biblia indica que siendo idénticas en sus características, poder y perfecciones, cada persona de la Trinidad tiene su función específica en la cual las Tres cooperan con una mente y un propósito.

Dios, el Padre, es el Creador principal (Gen. 1:1; Isa. 40:21-31; Mt. 11:25-27) y el Sustentador de todas las cosas (Job 7:20; II Crónicas 16:9).  Dios, el Padre es El que hizo el gran plan de Salvación para el hombre y toda su creación (I Jn. 3:1; Ef. 1:4).  El es quien mandó a su Hijo Unigénito al mundo (Jn. 3:16), le resucitó de los muertos (Hch. 10:40), y ahora le exalta, dando a Jesús nombre sobre todo nombre (Fil. 2:9).  La Biblia nos dice que Dios, el Padre, trae a los hombres al arrepentimiento (Jn. 6:44), les perdona mediante su Hijo (Isa. 55:7; Lc. 11:4, 23:34), y les da toda buena dádiva (Stg. 1:17).  A El (Dios el Padre) se dirigen las peticiones y oraciones (Lc. 11:2) y es Dios El Padre quién dará el Espíritu Santo a los que le piden (Lc. 11:13).  Es solamente el Padre que sabe el día y la hora cuando vendrá el Hijo del Hombre la segunda vez al mundo.  (Mt. 24:36; Hch. 1:7)
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B. DIOS EL HIJO

El Señor Jesucristo es la imagen de Dios y Dios mismo.  Ningún hombre ha visto jamás a Dios el Padre, mas su Hijo Unigénito es quién le ha revelado (Jn. 1:1-18), concebido por el Espíritu Santo, nació de la Virgen María.  El es la vida, y esta vida era la luz de los hombres.  El es la verdadera Luz que alumbra a cada hombre que viene al mundo.  El era con Dios y era Dios, revelándose en sabiduría y amor infinito, como Creador (Col. 1:13,16) y Redentor (Col. 1:14).  En El habita la plenitud de la deidad corporalmente (Col. 2:9) pero a la vez era hombre.

Anduvo haciendo bienes (Hch. 10:38), era hombre verdadero: sufriendo fatigas (Isa. 53:4; Lc. 12:50), tristeza, hambre, sed y cansancio (Jn. 4:6), dolor y angustia (Lc. 22:43,44) y siendo tentado en todo, sin pecado (Heb. 4:15).  Murió por nuestros pecados, resucitó de la tumba, ascendió a los cielos y es ahí nuestro intercesor (Heb. 1:3; 9:24) de donde vendrá (Jn. 14:3; Hch. 1:11) para establecer su Reino y juzgar (Jn. 5:22,23) a los vivos y los muertos (Jn. 5:28,29; Hch. 1:9-11; Col. 1:5; Fil. 2:5-8, Heb. 4:1-16).

Todo poder le es dado en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18).
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C.  DIOS EL ESPIRITU

Creemos que el Espíritu Santo es la unidad de la Deidad eterna, Uno con el Padre y con el Hijo (Mat. 28:19 y II Cor. 13:14), El es el Consolador que Cristo dijo había de venir en su nombre (Jn. 14:26), enviado por el Padre, que redarguye al mundo de pecado, de juicio y de justicia (Jn. 16:8), y quien da testimonio de Jesús y le glorifica (Jn. 16:14).

El Espíritu Santo es quien hace manifiesto el pecado. El vivifica a los que están muertos en sus pecados y transgresiones, y abre los ojos del alma para ver al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Ef. 2:1).

Viniendo en el nombre y con la autoridad del Señor que resucitó y subió al cielo, El es la preciosa prenda del amor continuo de nuestro Rey ensalzado.  El toma de las cosas de Cristo y las revela, como posesión real del alma del creyente (Jn. 16:14).  Morando en los corazones de los creyentes (Jn. 14:17), abre su entendimiento para hacerles comprender las Santas Escrituras, y llega a ser para el corazón sumiso y contrito, su Guía, su Consolador, su Sostén y su Santificador.

Creemos que la calificación esencial para el servicio del Señor, es dado a sus hijos por medio de la recepción y el bautismo del Espíritu Santo.  Este Espíritu Santo es el sello de la reconciliación del creyente con Cristo Jesús (Ef. 1:13-14), el Testigo de su adopción en la familia de los redimidos (Rom. 8:15-16); el anticipo de la plena comunión y el gozo perfecto que están reservados para los que permanecen fieles hasta el fin.
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III.  DE LA BIBLIA

 La Santa Biblia fue dada por inspiración directa de Dios y tiene la enseñanza suficiente para que el ser humano llegue a la salvación por medio de la fe en Jesucristo (Jn. 20:31).  La Biblia es la autoridad escrita por la cual se debe de medir cada concepto humano para comprobar su verdad (II Tim. 3:16; II Ped. 1:21).  El Espíritu Santo de Dios, quien inspiró las Escrituras, así mismo las interpreta, obrando en los que se someten a El en Su Iglesia.  La revelación genuina de Dios siempre está de acuerdo con las Sagradas Escrituras.
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IV.  DE LA CREACION Y CAIDA DE HOMBRE

 El hombre fue creado a la imagen de Dios, perfecto y dotado de capacidades y libre para obedecer y desobedecer, pero cayó de su estado moral de origen por el pecado de desobediencia y por consecuencia fue separado de su comunión con su Creador.  Todo ser humano nace en pecado y necesita nacer de nuevo y vivir en santidad para poder entrar en el Reino de Dios.  La salvación es por gracia, por la fe en Cristo.  La recompensa de los justos es eterna y también lo es el juicio de los malos y los incrédulos.  (Gen. 3, Jn. 3:16; Hch. 13:38-39; Rom. 3:10-23; Heb. 12:14; Lc. 16:19-31).
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V.  LA JUSTIFICACION Y LA SANTIFICACION

 "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Jn. 3:16)
 Creemos que la justificación viene de la libre gracia de Dios por la cual, el que se arrepiente con verdadera fe en Cristo, recibe el perdón del pecado, entra en una nueva vida y su comunión con Dios es restaurada.  Se recibe la nueva vida no como recompensa de las obras que haya hecho (Tito 3:5) sino por la inmerecida misericordia de Dios en Cristo Jesús.  Por la fe en El y el derramamiento de su preciosa sangre la culpa del pecado es quitada y quedamos reconciliados con Dios.  La ofrenda de Cristo como propiciación por los pecados de todo el mundo es a la vez la señalada manifestación de la justicia y el amor de Dios.  En esta propiciación el perdón del pecado no envuelve la abrogación ni la relajación de la ley de santidad, mas es la vindicación y el establecimiento de aquella ley (Rom. 3:31) en virtud de la libre y justa sumisión del Hijo de Dios a todos sus mandamientos.

 Quien quiera que se someta sin reserva a Dios, creyendo y apropiándose de sus promesas - ejercitando su fe en Cristo Jesús, experimentará continuamente la limpieza de su corazón por aquella preciosa sangre y por medio del poder renovador del Espíritu Santo;  será guardado para poder vivir en conformidad con la voluntad de Dios;  le amará con todo su corazón, alma y fuerza y pondrá decir con el apóstol Pablo:  "La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte." (Rom. 8:2)  Tendrá la plena experiencia que el bautismo con el Espíritu Santo es el libramiento de la corrupción, naturaleza pecaminosa y amor al pecado.  A esta experiencia somos todos llamados para servir al Señor en santidad y justicia delante de El todos los días de nuestra vida. (Lc. 1:74,75; I Tes. 5:23,24)

 Sin embargo, el cristiano más santo está expuesto a la tentación y a los asaltos sutiles de Satanás y solamente puede permanecer en la santidad velando humildemente en oración y guardándose en constante dependencia de su Salvador, andando en la luz (I Jn. 1:7) en amorosa obediencia y fe.
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 VI.  DE LA IGLESIA

  Fundada por Jesucristo (Mt. 16:18) La Iglesia es como un cuerpo compuesto de Cristo la cabeza (Ef. 1:22) y de los creyentes bautizados por el Espíritu Santo como miembros dotados con dones del Espíritu para servir uno al otro y a nuestro Señor.  Su misión es testificar de Jesucristo como el único y verdadero Salvador, predicar el evangelio a toda criatura, animar el crecimiento espiritual de los creyentes y enseñar a los nuevos convertidos sus privilegios y deberes en Cristo.  En sus servicios hay comunión y unidad en la fe, amor y fraternidad mediante la presencia del Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 Los miembros son sacerdotes de Dios para adorar y servir.  La Iglesia será raptada un día por el Señor en el aire, lo que terminará la época de la Iglesia verdadera en la tierra.  (I Tes. 4:16,17;  Ap. 1:6;  Hch. 2:21;  Mt. 28:19,20;  Ef. 1:3-6)
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VII.  DE LA RESURRECCION Y EL JUICIO FINAL

 Creemos según las Santas Escrituras que habrá resurrección de los muertos tanto de los justos como de los injustos (Hch. 24:15) y que Dios ha establecido un día en el cual ha de juzgar con justicia a todo el mundo por Jesucristo. "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo." (II Cor. 5:10)

 Creemos no sólo en una resurrección en Cristo de nuestro estado caído y pecaminoso aquí, sino también en una resurrección y ascensión a la gloria con El en un tiempo futuro, para que cuando El aparezca finalmente, aparezcamos con El en la gloria (I Tes. 3:13;  Judas 14).  Todos los que viven en rebelión contra la luz de la gracia y mueren impenitentes, saldrán a resurrección de condenación (Jn. 5:28,29).  El alma de cada hombre o mujer será reservada en su ser propio y distinto y tendrá su propio cuerpo según a Dios le plazca darle.  Es sembrado un cuerpo natural, es levantado un cuerpo espiritual (I Cor. 15:44;  I Cor. 15:50-53;  Lc. 20:36;  Fil. 2:20,21).

 Creemos que tanto el castigo de los malos y la bienaventuranza de los justos serán eternos, según la declaración de nuestro Redentor, a quien el juicio es entregado:  "Irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna." (Mt. 25:46)
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VIII.  DEL BAUTISMO

 Expresamos nuestra convicción de que el Señor no ordenó ningún rito exterior, ni ceremonia para observarse en su Iglesia.  Aceptamos todo mandamiento de nuestro Señor en lo que creemos ser su verdadera significación como absolutamente concluyente.  La cuestión del uso de ordenanzas externas es, en lo que toca a nosotros, cuestión no de la autoridad de Cristo, sino del verdadero intento de sus palabras.

 Creemos que, como hay un Señor y una fe, así también, bajo la dispensación de Cristo, hay un solo bautismo (Ef. 4:4,5), aquel por el cual todos los creyentes son bautizados por un Espíritu en un cuerpo (I Cor. 12:13).  Este no es un bautismo exterior con agua, sino una experiencia espiritual; no es el lavamiento de las inmundicias de la carne (I Ped. 3:21), sino aquella obra interior que, transformando el corazón y estableciendo el alma sobre Cristo, trae consigo la respuesta de una buena conciencia hacia Dios, por la resurrección de Jesucristo en la experiencia de su amor y poder como Salvador resucitado y glorificado.

 Ningún bautismo con agua puede llenar la descripción del apóstol de ser sepultado juntamente con El en la muerte por el bautismo (Rom. 6:4).  En esta experiencia se cumple lo anunciado por el precursor de nuestro Señor:  "El os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Mt. 3:11).  En este sentido aceptamos la comisión de nuestro bendito Señor, como está registrada en el Evangelio según Mt. 28:18-20 -
 "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.  Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
  Creemos que esta comisión no fue destinada a establecer un rito nuevo bajo el nuevo pacto, ni para enlazar la iniciación como miembros de la Iglesia, en su naturaleza esencialmente espiritual, con una ceremonia de un carácter meramente ritual.  De otra manera no fuera posible que el apóstol Pablo, que en nada era menor que los principales de entre los apóstoles (II Cor. 11:5), desconociera lo que en tal caso hubiera sido parte esencial de su comisión, cuando dijo:  "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio" (I Cor. 1:17).  Cuando una ceremonia exterior es ordenada, los detalles, el modo e incidentes de aquella ceremonia forman parte de su esencia.  Hay una ausencia total de detalles en el texto que tenemos delante (Mt. 28:18-20), lo que confirma nuestra convicción que esta comisión debe entenderse en conexión con el poder espiritual que el Señor resucitado prometió que acompañaría el testimonio de sus apóstoles y de la Iglesia acerca de El, que se cumplió en el día de Pentecostés y que acompañó poderosamente su ministerio de la palabra y sus oraciones, de modo que tuvieron un conocimiento salvador y viva fraternidad con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
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IX.  DE LA CENA DEL SEÑOR

 Nuestra creencia acerca de la verdadera cena del Señor es íntimamente relacionada con la idea que acabamos de expresar.  Sabemos bien que nuestro Señor Jesucristo se dignó hacer uso de una variedad de declaraciones simbólicas, pero muchas veces reconvino a sus discípulos porque aceptaban literalmente lo que decía con intento espiritual.  Enseñaba frecuentemente con símbolos como en sus parábolas y en su mandamiento a los apóstoles de lavarse los unos los pies de los otros, y debían recibirse siempre estas enseñanzas a la luz de su enfática declaración:  "Las palabras que yo os he hablado, son espíritu y vida." (Jn. 6:63)  El antiguo pacto estaba lleno de símbolos y ceremonias; el nuevo pacto, a que alude nuestro Señor en su última cena, está expresamente declarado por el profeta de ser:  "No como el pacto que hice con sus padres" (Jer. 31:32 y Heb. 8:9).  No podemos creer que al establecer su nuevo pacto el Señor Jesús, intentara establecer una institución que no estuviera en armonía con el espíritu de esta profecía.  El comer su carne y beber su sangre no puede ser un acto exterior.  Verdaderamente participan de su carne y de su sangre, aquellos que confían habitualmente en los sufrimientos y muerte de su Señor como su única esperanza; y a quienes el Espíritu, morando en ellos, les da de beber de la plenitud que es en Cristo.  Esta participación interior y espiritual es la verdadera cena del Señor.

 La presencia de Cristo en su Iglesia no está destinada a ser una representación simbólica, sino por la real comunicación de su propio Espíritu.  "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre" (Jn. 14:16).  Convenciendo del pecado, testificando de Jesús y comunicando a los suyos de las cosas de Cristo, el bendito Consolador comunica a los creyentes y a su Iglesia como una manifestación de gracia permanente y residente, la REAL PRESENCIA del Señor.  Como el Gran Recordador, por quien se cumple esta promesa, El no necesita de intervención sacerdotal para comunicarles la experiencia de la verdadera conmemoración y comunión.  El Redentor resucitado dice:  "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." (Ap. 3:20)

  En una manera especial, cuando están reunidos para el culto público, los creyentes son invitados a la festividad de la paz del Señor, y, en un acto unido de fe y amor, sin estar ligado por rito o ceremonia alguna, participan unidos del cuerpo quebrantado y sangre derramada por ellos fuera de las puertas de Jerusalén.  En este culto pueden comprenderse las palabras con que el apóstol habla de tan dulce y real experiencia:
 La copa de bendición la cual bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?  El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?  Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.  (I Cor. 10:16,17)

 Entonces, creemos que solamente por el bautismo por el Espíritu Santo aprende el creyente lo que es estar crucificado y sepultado juntamente con Cristo a muerte.  Solamente en comunión espiritual puede el creyente realizar la plenitud de vida que le ofrece Cristo.

 Aunque reconocemos que un creyente puede observar estos dos ritos con bendición, a veces el observar un rito vuelve a solo un hecho sin pensar, sin sentir la presencia de Dios.  Creemos que el rito no es esencial para la salvación; y, en verdad, se puede caer en el error de depender del rito, olvidando el sentido profundo y espiritual de dependencia en Dios.  No criticamos ni censuramos a los creyentes verdaderos que observan estos dos ritos.  Nosotros "Los Amigos" debemos siempre orar y examinarnos que nosotros mismos seamos bautizados en el Bautismo del Espíritu Santo y que adoremos siempre a Dios en la comunión espiritual de oración y amor.
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X.  DEL CULTO PUBLICO

 El culto es la respuesta reverente del corazón y entendimiento a la influencia del Espíritu Santo de Dios.  No consiste en formas ni en ausencia de formas, puede ser sin palabras tan bien como con ellas, mas debe ser en Espíritu y en Verdad (Jn. 4:24).  Habiendo sido hechos hijos por la fe en el Señor Jesucristo, es nuestro privilegio reunirnos y unirnos en el culto a Dios y esperar en Él la renovación de nuestra fuerza, la comunión los unos para con los otros, para la edificación de los creyentes en el ejercicio de sus variados dones espirituales, y para la declaración de las buenas nuevas de salvación a los inconversos que lleguen a reunirse con nosotros.

 El culto no depende del número.  Donde quiera que dos o tres se reunen en el nombre de Cristo, allí hay Iglesia, y Cristo, la Cabeza, en medio de ella.  El está presente para dar bendición adecuada a las variadas condiciones de todos aquellos que le adoran en Espíritu y en verdad - el corazón quebrantado y contrito, la confesión del alma postrada delante de Dios, la oración del afligido en su desaliento, la lucha ardiente del Espíritu, la expresión de humildes acciones de gracias, el canto espiritual y melodía del corazón (Ef. 5:19), el simple ejercicio de la fe, el abnegado servicio de amor.  (I Cor. 12:4-7;  Hch. 2:17,39;  Lc. 22:26,27)

 Creemos que la predicación del Evangelio es uno de los medios principales, ordenados por Dios, para la promulgación de las buenas nuevas de vida y salvación por el Redentor crucificado, para despertar y convertir a los pecadores, y consolar y edificar a los creyentes.
  Sabiendo que solamente el Espíritu de Dios puede preparar y hacer aptos los instrumentos que cumplen sus mandamientos, los verdaderos discípulos se hallarán en el día de hoy, como en los días antiguos, sentados a los pies de Jesús, escuchando para aprender y aprendiendo para obedecer.

 Por la operación inmediata del Espíritu Santo, Él, que es la Cabeza de su Iglesia escoge y califica a aquellas personas que deben presentar sus mensajes u ocuparse en otro servicio para Él.  Sabemos que el Señor ha provisto una variedad de dones (I Cor. 12:4-6) para las necesidades, tanto de la Iglesia como del mundo; y deseamos que la Iglesia sienta la responsabilidad bajo el Gobierno de su Cabeza Espiritual en hacer su parte en el desarrollo de estos dones y su debido ejercicio.

 Aunque la Iglesia no puede conferir los dones espirituales, es su deber, no obstante, reconocerlos y cultivarlos, y promover su eficacia por todos los medios que estén a su alcance.  Mientras por un lado el Evangelio nunca debe predicarse por dinero (Hch.. 8:20; 20:33-35), por otra parte, es deber de la Iglesia tener autonomía y provisión para que nunca se impida la propagación del evangelio por falta de recursos.

 Reconocemos el valor del silencio, no como fin, sino como un modo de alcanzar el fin:  un silencio no ocioso ni vacío, sino una expectación santa delante del Señor.

 La oración es la expresión de un sentimiento de nuestras necesidades y de nuestra continua dependencia de Dios.  El que dio la invitación: "Pedid y se os dará." es el Mediador y sumo Sacerdote que por su Espíritu mueve la petición y la presenta aceptable a Dios.  De acuerdo con tal invitación, la oración llega a ser el deber y el privilegio de los cristianos.  La oración es al alma desesperada la expresión del grito: "Dios ten misericordia de mí, pecador" y en cada estado del curso de la vida del creyente, la oración es esencial a la vida espiritual.  Una vida sin oración es prácticamente una vida sin Dios.  La vida del cristiano es un continuo pedir.  Una vida de oración es una vida de alabanza.
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XI.  TESTIMONIOS DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Y RESPONSABILIDADES SOCIALES

A. LA  LIBERTAD  DE CONCIENCIA en materia de doctrina religiosa y culto no debe ser forzada y el hombre debe responder solamente a Dios y a Su Palabra.  Esta doctrina es una verdad terminantemente declarada en el Nuevo Testamento y confirmada por todo el plan del Evangelio así como por el ejemplo de nuestro Señor y sus discípulos.  Regir la conciencia del hombre y exigir lealtad espiritual, corresponde a la alta y sagrada prerrogativa de Dios mismo únicamente.

Debemos mucho a los beneficios del gobierno civil porque de el recibimos ordenanza de Dios instituida para promover el bienestar del ser humano (Rom. 13:1;  I Ped. 2:13-16).  En materia de conciencia nos corresponde tributarles respeto y obediencia en el ejercicio de sus legitimas atribuciones.  Hemos sostenido siempre que el deber de los Cristianos es obedecer los decretos del gobierno civil, salvo en aquellos casos en que se opongan a nuestra lealtad a Dios.
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B. EL JURAR:  Tan honrada debe ser toda conversación del creyente que no se precisa el juramento para comprobar la verdad de sus dichos.  El no jurar es mandamiento de Cristo mismo, según Mt. 5:33-37.  Todo creyente de buena conciencia tampoco usa formas de jurar ni palabras que toman en vano el nombre de Dios que existen en la conversación común del inconverso.
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C. LA PAZ:  Desde su principio Los Amigos se han opuesto a la guerra y toda forma de violencia, siendo que el levantar armas para tomar la vida de otra persona es contrario a la ley de Dios y el evangelio de Cristo.  De este modo, todo creyente verdadero, con la convicción que "los que tomen espada, a espada perecerán," es ejemplo de la fe cristiana mediante la vida pacífica mostrándole al mundo que, "las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (II Cor. 10:4-5).  El creyente verdadero cree que AMOR quita toda necesidad de guerra (Ef. 6:11-17; II Cor. 10:3-5).
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XII. DEL MATRIMONIO

 El matrimonio es una institución ordenada por Dios mismo, nuestro Creador, para el auxilio y continuación de la familia humana.  Son las autoridades del registro civil en México quiénes tienen derecho de casar pero no es meramente un contrato civil, y debe siempre buscarse con referencia a la sanción y bendición de Aquel que lo ordenó.  Es una obligación solemne para el término de la vida (Mt. 19:5,6), destinado a la concordia, mutuo auxilio y consuelo de ambos sexos, para que sean una ayuda idónea mutua tanto en las cosas temporales como en las espirituales.

 Es el deber sagrado de los padres amar, disciplinar, proteger, sostener, y enseñar a sus hijos.  Los padres tienen la mayor responsabilidad de que sean salvos sus hijos y de que aprendan a ser útiles en la obra del Señor.  (Prov. 22:6;  Deut. 6:5-17;  Col: 3:21;  Prov. 13:24)
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XIII.  DEL DIA DOMINGO

 Aunque el Cristiano debe siempre vivir en la comunión de la presencia de Dios, expresamos nuestra gratitud a nuestro Padre Celestial que se dignó honrar el apartar un día de entre siete para los propósitos del santo descanso, el ejercicio de los deberes religiosos y el culto público.   Deseamos que todos nuestros miembros se aprovechen de este grande privilegio según el consejo de Heb. 10:24-25 de no dejar de congregarse sino, como los que han resucitado con Cristo, que busquen las cosas de arriba (Col. 3:1).  En este día las familias deben reunirse para la lectura de las Santas Escrituras, la oración y meditación, y aprovechando bien su tiempo, sus fuerzas y las obligaciones del día de tal manera no frustren esta provisión que viene de la gracia de nuestro Padre Celestial, ni cierren la oportunidad para asistir al culto público, ni para el culto familiar, la devoción privada y la lectura devota de las Santas Escrituras.
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CONCLUSION

Al presentar esta declaración de nuestra fe cristiana, deseamos que todos nuestros miembros sean de nuevo alentados a la humildad y a la devoción, a la renovada fidelidad en cumplir su parte en la gran misión de la Iglesia y por medio de ella al mundo en derredor nuestro, en el nombre de nuestro Redentor crucificado.
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