LECCIÓN No 1 (regresar
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LECCIÓN 1: “HE PUESTO MIS PALABRAS EN TU BOCA” Jeremías 1:9
EL LLAMAMIENTO DE JEREMÍAS
Propósito de la lección: Presentar los antecedentes históricos que prepararon el escenario para la
larga predicación del profeta Jeremías, a fin de entender mejor su mensaje.
Capítulos para preparar la lección: II Re. caps. 21 a 25; Jeremías cap. 1.
Lectura antes de comenzar la clase: Salmo 27.
Versículo para enfatizar y recordar: “Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto,
los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán,” Jer. 20:11.
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A. Los últimos 5 reyes de Judá:
Durante sus últimos cien años, el Reino de Judá fue
gobernado por siete reyes. Jeremías realizó su largo ministerio
de 40 años durante los últimos cinco de ellos, advirtiendo
sobre el inminente castigo y destrucción de la nación, a lo
cual no tuvo respuesta.
Un resumen de cada uno de ellos servirá
de trasfondo al contenido de la profecía de Jeremías.
Manasés: reinó
entre 687 – 642 a. C. ( 55 años )
II Re. 21:1-18; II Cr. 33:1-20
Manasés hizo lo malo ante Dios y llegó a
ser el rey más perverso de todos en la historia de los
reyes de Israel y Judá. La religión de Israel era entonces
una mezcla de prácticas judaicas, asirias, babilónicas y cananeas:
idolatría, astrología, espiritismo, adivinación, prostitución
ritual, y aun sacrificios humanos.
Manasés colocó un ídolo de Aserá en el mismo
Templo de Dios y puso altares paganos en sus atrios; adoró a “todo
el ejército de los cielos;” instituyó agoreros y adivinos;
sacrificó hijos suyos en el fuego al dios Moloch o Milcom, en Tofet
en el valle de Hinom. Y además, derramó sangre inocente.
Hizo más mal que los amorreos antes que él. Por su maldad Dios
decretó la destrucción total de Judá.
Los capitanes asirios lo capturaron y lo llevaron con encadenado a Babilonia.
Sin embargo, estando cautivo, Manasés se arrepintió y reconoció
que Jehová era Dios. Oró ferviente, Dios lo oyó y lo
restauró a su reino.
Manasés sacó a los ídolos del Templo, reparó
el altar de Jehová, destruyó los altares paganos en los atrios,
e incitó al pueblo a volverse a Dios y a servirlo. Al morir fue sucedido
por su hijo Amón.
Amón: Reinó entre 642 y 640 a. C.
(2 años)
(II Re. 21:19-26; II Cr. 33:21-25) `
También hizo lo malo como su padre. Pero, a diferencia
de Manasés, no se humilló, sino aumentó su pecado.
Sus siervos lo asesinaron y lo sucedió su hijo Josías.
Josías:
Reinó entre 640 – 609 a. C. ( 31 años
)
(II Re. 22:1-30; II Cr. 34:1-27)
Aprovechando la decadencia del imperio asirio, Josías
recuperó los territorios del antiguo Reino de Israel; rechazó
la política de sometimiento a Asiria, iniciada por Manasés;
y, por un breve tiempo, Judá se desarrolló como un reino independiente.
Cuando el sacerdote Hilcías halló el Libro de la Ley en el Templo, Josías inició una
reforma religiosa en todo el reino. Limpió de ídolos el Templo
y lo reparó. En varias ciudades desmenuzó los ídolos,
demolió los lugares de prostitución idolátrica y expulsó
a sus sacerdotes; destruyó el altar de sacrificios humanos a
Moloc en Tofet, y barrió con los encantadores y adivinos. Reinstituyó
la fiesta de la Pascua, olvidada desde el tiempo de los jueces y la celebró
como nunca.
Josías reiteró el pacto con Jehová y Su Ley, e instó
a Judá a servirlo. Dios ya había decretado el castigo por causa
del pecado de Manasés, pero prometió detenerlo hasta después
del reinado de Josías.
La Biblia dice: “No hubo otro rey antes
de él que se convirtiera a Jehová con todo su corazón,
con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a toda la
ley de Moisés, ni después de él nació
otro igual,” II Re. 23:25. Y también: “Hizo lo recto ante
los ojos de Jehová y anduvo en los caminos de David, su padre,
sin apartarse a la derecha ni a la izquierda,” II Cr. 34:2.
Durante su reinado Josías vio caer a Nínive, mientras ya se
perfilaba el ascenso del nuevo poder: Babilonia. Cuando el faraón
Necao iba rumbo a Asiria, Josías le salió al encuentro para
atacarlo. Necao trató en vano de disuadirlo y Josías murió
en Meguido.
El reinado de Josías fue la última gloria pasajera que tuvo
Judá, pues los cuatro reyes que le siguieron sólo precipitaron
su ruina.
Joacaz:
Reinó en 608 a. C. ( sólo tres meses )
(II Re. 23:31-33; II Cr. 36:1-4)
Joacaz, llamado también Salum, era hijo de Josías,
y fue un rey malo. Fue proclamado por el pueblo y depuesto por el faraón
Necao, quien lo llevó a Egipto y allí murió. Necao impuso
tributos sobre Judá.
Joacim: Reinó entre 608 y 597 a. C.
( 11 años )
(II 23:34-37; 24:1-7; II Cr. 36:5-8)
Era también hijo de Josías y fue impuesto en el
trono por Necao, quien le cambió su nombre original Eliaquim a Joacim.
El fue también un rey malo.
Cuando Nabucodonosor, rey babilonio, derrotó al faraón Necao,
en 605 a.C., Judá tuvo que tributar a Babilonia. Después de
hacerlo por tres años, Joacim se rebeló y ya no pagó
los tributos, por lo cual Nabucodonosor invadió Judá en 597
a. C., se llevó los utensilios del Templo de Jerusalén y los
puso en su templo en Babilonia. Joacim también fue llevado encadenado
y allá murió.
Joaquín:
Reinó en 597 a. C. ( sólo tres meses )
(II Re. 24:8-17; II Cr. 36:9-10; Jer. 52:31-34)
Era hijo de Joacim y se le
llamaba también Conías o Jeconías. Fue un rey
malo.
Nabucodonosor vino a Judá cuando sus ejércitos ya la tenían
sitiada. Capturó a Joaquín, a su madre, a sus esposas, a sus
oficiales, príncipes y siervos, y los hizo llevar a Babilonia juntamente
con los tesoros del Templo y de la casa real. Fueron deportados los
poderosos de la tierra: príncipes, hombres valientes y cortesanos
y, además, artesanos y herreros, unos 10,000. Esta fue la primera
deportación. Sólo quedaron en Judá “los pobres
del pueblo de la tierra.”
36 años más tarde, Evil-merodac, rey de Babilonia, liberó
a Joaquín y lo hizo miembro de su corte por el resto de su vida.
Sedequías: Reinó entre
597 y 586 a. C. ( 11 años )
(II Re. 24:18-20; II Cr. 36:11-13)
Matanías, hijo de Josías, también,
fue impuesto por Nabucodonosor, quien le cambió el nombre a Sedequías.
Fue un rey malo y no se humilló ante el profeta Jeremías quien
le hablaba de parte de Jehová. Los sacerdotes y el pueblo también
aumentaron su pecado haciendo abominaciones y profanando el Templo.
Algunos en Judá apoyaban al rey cautivo Joaquín; otros, incluyendo
a Jeremías, lo rechazaban y aconsejaban someterse a Babilonia.
En 591 a. C. Sedequías se rebeló contra Nabucodonosor y dejó
de tributarle. Jerusalén fue sitiada y después de dos
años, en 587 a. C., fue tomada. Sedequías fue capturado,
y, antes de ser cegado, vio degollar a sus hijos. Luego fue llevado cautivo
a Babilonia donde murió.
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B. Quién era Jeremías. Jer. 1:1-19.
Jeremías nació en Anatot, pueblo cercano a Jerusalén,
al noroeste, en el seno de una familia sacerdotal, alrededor de 647 a. C.
Fue llamado al ministerio cuando tenía unos veinte años de
edad, durante el reinado de Josías. Profetizó unos cuarenta
años, durante los reinados de los últimos cinco reyes de Judá,
hasta la destrucción de Jerusalén en 587 a. C.
Al llamarlo a Su servicio, Dios le afirmó que lo había apartado
desde antes de su concepción, y le había asignado su
misión de profeta antes de nacer. Sería profeta ante
las naciones de su tiempo que rodeaban a Judá. Cuando se excusó
de que era aún muy joven, Dios le aseguró que estaría
con él y lo libraría para que cumpliera con su labor.
Luego Dios tocó su boca diciéndole que había puesto
Su mensaje en ella; santificó sus labios para que hablara sólo
las palabras que Él le mandaría (compare con Isaías
6:6-7). El Señor le confirió autoridad sobre naciones y reinos
para “arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar”, pero también
“para edificar y para plantar.”
Dios le prohibió casarse y tener hijos para que se dedicara totalmente
a su ministerio, y también por los días tristes que vendrían
sobre Judá en el futuro cercano. Sus profecías se dedican más
que nada anunciar el castigo por apartarse de Dios, que Judá sufriría
a manos del creciente nuevo imperio de Babilonia. Se le ha llamado “el profeta
llorón” por lamentar el pecado de Judá y lo vano que era su
predicación, de lo cual se queja en 20:7-8. Sin embargo, Jeremías
sentía algo adentro impulsándolo: “había en mi corazón
como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y
no pude.” Jeremías vivió siempre muy triste por la apostasía
de su pueblo, y por la inminencia del castigo sobre ellos.
La primera lección objetiva que Dios le mostró fue una vara
de almendro (en hebreo shaked), que se parece a la palabra apresuro (en hebreo
shoked), indicándole -con un juego de palabras- que Él se apresuraba
a cumplir el castigo sobre Judá. Luego le mostró Dios una olla
con algo hirviendo adentro, que estaba por derramarse desde el norte, indicándole
que de esa dirección –Babilonia- vendría el mal sobre
los moradores de su tierra. Se le anunció a Jeremías
que Jerusalén y las demás ciudades de Judá serían
sitiadas y tomadas; la razón dada por Dios fue: “me dejaron, e incesaron
a dioses extraños, y a la obra de sus manos adoraron.”
Dios le reiteró a Jeremías que no temiera anunciar el castigo
a Judá; si se negaba a hacerlo, lo amedrentaría delante de
ellos. Le recordó que lo había puesto como: “ciudad fortificada,
como columna de hierro y como muro de bronce”, oponiéndoseles a los
reyes, a los príncipes, a los sacerdotes y a todo el pueblo, al denunciar
sus múltiples pecados y abominaciones, por lo cual serían atacados
y destruidos en gran medida. El Señor le aseguró a su profeta
que sus enemigos no lo derrotarían porque Él lo respaldaría.
Así emprendió Jeremías su larga y fiel labor de profetizar durante unos 40 años.
Preguntas para discusión en clase:
1. ¿Qué valores morales del mundo inconverso han contaminado a los creyentes?
2. ¿Qué prácticas de las religiones paganas han contaminado al pueblo cristiano?
3. ¿Qué creencias falsas disfrazadas de cristianismo han penetrado en la Iglesia?
4. ¿Cómo y con qué frecuencia denuncian
esos pecados los líderes evangélicos?