LECCIÓN No 8 (regresar
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LECCIÓN 8: “HARÉ NUEVO PACTO CON LA CASA DE ISRAEL Y... JUDÁ.” Jeremías 31:31
CARTA DE JEREMÍAS A LOS EXILIADOS EN BABILONIA
Propósito de la lección: Analizar
el anuncio del Nuevo Pacto de
Dios con Su pueblo:
la Dispensación de la Gracia,
llamada también dispensación
del Espíritu Santo y de la Iglesia.
Capítulos para preparar la lección: Jeremías caps. 22:24-30; 24, 29-32.
Lectura antes de comenzar la clase: Salmo 32.
Versículo para enfatizar y recordar: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo
seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” Jer. 31:33.
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A. La lección de los higos buenos y los higos malos. Jer. 24:1-10.
En 605 a. C., Nabucodonosor, derrotó al faraón egipcio Necao,
y Judá tuvo que tributar a Babilonia. Joacim tributó sólo
tres años y cuando dejó de pagar, Judá fue invadida
por Nabucodonosor, quien saqueó el Templo y se llevó los utensilios
que allí se usaban. Joacim fue depuesto y llevado en cadenas a Babilonia
donde murió.
Su hijo Joaquín (Conías o Jeconías), fue rey sólo
por tres meses. La ciudad, que había estado sitiada por algún
tiempo, fue invadida de nuevo por Nabucodonosor, quien robó los tesoros
del Templo y de la Casa real. Joaquín, su madre, sus esposas, sus
oficiales, príncipes y siervos, artesanos y herreros, unas 10,000
personas en total, fueron llevadas cautivas a Babilonia (entre ellos Daniel).
Quedaron en Judá sólo “los pobres del pueblo de la tierra.”
Entonces Jeremías recibe un nuevo mensaje para el pueblo. Dios le
muestra dos cestas de higos delante del Templo. Una con higos muy buenos;
y la otra, con higos muy malos, tanto que ya no pueden comerse. Dios le pregunta
al profeta qué ve y éste responde: “Higos; higos buenos, muy
buenos; y malos, muy malos, que de tan malos no se peden comer.” Dios
le contesta que los deportados a Babilonia son como los buenos higos, que
han sido exiliados para bien; que Él pondrá sus ojos sobre
ellos para prosperarlos y volverlos a su tierra de nuevo, donde los edificará
y no los destruirá; los plantará y no los arrancará.
Dios promete que entonces les dará un corazón para que conozcan
que Él es Jehová, el Dios verdadero. Ellos le serán
Su pueblo y Él será su Dios, porque se convertirán a
Él con todo su corazón.
Los que se queden en Judá: Sedequías -quien sería el
último rey- sus príncipes, el resto de las gentes de la tierra
y los que han huido a Egipto, serán como los higos malos. Sufrirán
escarnio, infamia y burlas; su situación será como un refrán
repetido para advertencia a otros, en todos los lugares adonde Dios los esparcirá.
Morirán por la espada, por el hambre y por la peste, hasta ser barridos
de la tierra que Dios les había dado a sus padres.
B. Carta que Jeremías envió a los ancianos exiliados en Babilonia. Jer. 29:1- 32:
Sedequías, el nuevo rey, era hijo del buen rey Josías, pero
malo como los tres reyes anteriores. Jeremías escribió una
carta a los ancianos, sacerdotes, profetas y al pueblo que había ido
cautivo a Babilonia, la cual fue llevada por dos enviados de Sedequías
a Nabucodonosor. En ella se les aconsejaba a todos los exiliados que
edificaran casas y las habitaran; que plantaran huertos y disfrutaran
el fruto de ellos; que establecieran familias y tuvieran muchos hijos. Se
les exhortaba a vivir en paz donde estaban y oraran por esa ciudad ante Dios,
pues la paz de ella los beneficiaría a ellos también. Advertía
que no se dejaran engañar por sus profetas y adivinos, ni oyeran a
quienes pretendían averiguar el futuro por medio de sueños,
porque sus profecías eran falsas, aunque las dieran en Su nombre.
El plan de Dios era que estuvieran allí setenta años, y al
cumplirse éstos, él los visitaría y los haría
volver a su tierra. Les dice que entonces cuando lo invoquen, Él los
escuchará; y cuando lo busquen, lo hallarán, porque lo buscarán
con todo su corazón. Hará retornar a los cautivos y los reunirá
de todas las naciones adonde los dispersó.
Los que se quedaron en Judá, dijo Dios, serían consumidos por
la espada, por hambre y por las pestes; desechados como los higos malos que
no se pueden comer.
En la carta Dios condena a dos falsos profetas adúlteros que pretendían
hablar en Su nombre; les dice que los entregará en manos de Nabucodonosor,
quien los matará frente al pueblo. Reprende también a Semaías
por escribir desde Babilonia cartas a los de Jerusalén, en las que
aseguraba a Sofonías que Jehová lo había puesto en el
Templo para encarcelar “a todo hombre loco” que profetizara, y para ponerlo
en el calabozo y en el cepo. También le reclamaba que no había
reprendido a Jeremías por decir a los exiliados que su cautiverio
sería largo y que debían edificar, plantar y disfrutar su tiempo
allí. Jeremías había oído la lectura de
tal carta contra él, y en su carta respondió, de parte de Dios,
que Semaías había hablado sin autorización haciendo
confiar a los exiliados en una mentira. Por ello él sería castigaría
sin ver el bien que Dios haría a Su pueblo.
C. Se predice de la Gran Tribulación y la final restauración de Israel. Jer. 30 y 31.
a. La larga diáspora o dispersión del pueblo judío:
Aquí comienza la larga diáspora del pueblo judío. Aunque
muchos retornaron después del cautiverio de setenta años, muchísimos
más quedaron dispersos por el imperio babilónico, y luego por
los sucesivos imperios de los persas, los macedonios y los romanos, que dominarían
aquella región.
En los días de Jesús, ni el 20% de todos los judíos
vivía en Israel. Se hallaban dispersos entre los muchos países
del imperio romano y aun más allá de éste. Jesús
se presentó como el Mesías a Su pueblo, pero al enfatizar el
arrepentimiento y la vida espiritual, más que expulsar a los romanos
y tomar el poder, muchos lo rechazaron como el Rey, se le opusieron sistemáticamente
hasta culminar con Su crucifixión. Por ello Jesús dispuso
posponer la instauración de Su reino en todo Su esplendor. Con el
pequeño remanente judío que sí le creyó, y luego
con los muchos gentiles que se sumaron, comenzó el Reino en el corazón
de sus creyentes, que tendrá su pleno cumplimiento después
del arrebatamiento de la Iglesia, después de efectuar el juicio de
la Gran Tribulación contra quienes lo rechazaron, y después
de Su retorno en gloria, cuando todo ojo lo verá.
En 70 d.C., 37 años después que Jesús ascendió
al cielo, los judíos se rebelaron contra Roma y ésta arrasó
a Judea y destruyó Jerusalén. Miles fueron masacrados y los
sobrevivientes vendidos como esclavos. Una nueva rebelión en 135 d.
C. causó su dispersión definitiva por el mundo. Tras dieciocho
siglos, a fines del siglo diecinueve, el Movimiento Sionista despertó
en muchos judíos el deseo de volver a su patria ancestral. Los horrores
del Holocausto, o matanza de judíos en Europa durante la Segunda Guerra
Mundial, aceleraron la migración que culminó con la fundación
del Nuevo Estado de Israel en 1948. Hoy, después de 57 años
de vida de esa nación, y después de 26 siglos de diáspora,
los cristianos esperamos el pronto retorno de Jesucristo. Entonces, terminará
la dispersión. Todas las promesas sobre el regreso total y sobre la
gloria de Israel tendrán lugar en la instauración del Reino
Milenial, cuando Jesucristo mismo reinará desde Jerusalén,
conforme a la promesa hecha a David. II Sam 7:16; Is. 11:1-5; Jer. 23:3-8.
b. Profecías de la Gran Tribulación que habrá en los tiempos finales.
Será un tiempo de espanto, terror e intranquilidad. Los hombres tendrán
dolores como la mujer de parto y palideceran. Ha llegado el día del
Señor de que hablan las Escrituras. Será día de Juicio
y angustia para Jacob (otro nombre para Israel) pero éste será
librado de él. Ese día acabará su prolongado yugo de
servidumbre y serán rotas sus coyundas. Nunca más servirá
a los extraños. Entonces servirán a Jehová su Dios y
a David, su rey. No puede referirse al David que ya había reinado
cuatrocientos años antes, sino a su glorioso descendiente, Jesucristo
el Mesías, que reinará por mil años en la tierra, desde
Jerusalén. Aquí se anuncian tanto la primera venida de
Jesús, cuando nació en Belén, como Su retorno en gloria
para establecer Su Reino.
Para los judías habría un retorno en setenta años para
reedificar el Templo y restaurar el muro. Judá, luego llamada Judea,
tendría unos seiscientos años más de identidad como
pueblo, pero sería finalmente dispersada por los romanos. Habría
una larga ausencia de dieciocho siglos, y luego el renacimiento que
observaron nuestros ojos en 1948.
Estos versículos ilustran a la vez la justicia de Dios y su misericordia,
ambas perfectas: “Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová,
y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí.
Pero a ti no te destruiré, aunque te castigaré con justicia:
de ninguna manera te dejaré sin castigo,” v. 11. “Mas yo haré
venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas, dice Jehová, porque
‘Desechada’ te llamaron, diciendo: ‘Esta es Sión, de la que nadie
se acuerda,’ ” v. 17.
D. “Cada cual morirá por su propia maldad.” Jer. 31:27-30.
Dios le recuerda a Judá que restauraría
la tierra: hombres y animales volverían a prosperar allí. Así
como arrancaría, derribaría, trastornaría, perdería
y afligiría, tendría cuidado de ellos y de nuevo los edificaría
y plantaría.
Los judíos acostumbraban repetir el proverbio en v. 29: “Los padres
comieron las uvas agrias y a los hijos les da dentera” [dientes destemplados].
Con ello se excusaban diciendo que eran sus antepasados quienes habían
pecado y a ellos se les castigaba. Hacían una alusión equivocada
a los pecados acumulados de la tercera y cuarta generación mencionados
en Éx. 20:5-6; Núm. 14:18, pues éstos castigos sólo
caen sobre los que “aborrecen” a Dios. Los justos pueden anularlos y evitarlos
con su arrepentimiento y su conversión. Al comenzar una nueva generación
que “ama y guarda los mandamientos” de Dios, las bendiciones se prologan
para sus descendientes si continúan en la fe.
Los judíos no querían
reconocer que ellos también habían pecado como sus padres,
y debían pagar por sus propias maldades. Dios hace clara la regla
que “Cada cual morirá por su propia maldad,” v. 30. Compare con Ez.
18:1-4.
¿Maldiciones ancestrales?
Los promotores del “nuevo evangelio” difunden hoy la falsa enseñanza
de las “maldiciones ancestrales” o “cargas generacionales.” Enseñan
a los ya convertidos a una ceremonia de renuncia de defectos, enfermedades,
pecados y sus consecuencias, heredadas de sus antepasados. Con ello minimizan
el “milagro” del nuevo nacimiento, cuando el Espíritu Santo efectúa
la regeneración y la adopción.
Gál. 1:4-7. “Pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley,
para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos
la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba,
Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también
heredero de Dios por medio de Cristo.”
En ese “nuevo evangelio” que ya no
predica arrepentimiento del pecado, ni conversión por medio de la
fe en la sangre expiatoria derramada por Cristo, el nuevo nacimiento no es
una obra milagrosa y profunda operada por el Espíritu Santo en el
corazón de la persona, sino un cambio de actitud y de mentalidad.
La conversión es meramente un cambio de actitud; es aprender a pensar
positivamente; es aprender a vivir usando el poder de nuestras palabras habladas
y el poder de nuestra mente, para cambiar la realidad que nos rodea, como
pequeños diocesitos. ¡Cuidado. Esto es producto de corrientes
como el humanismo, el gnosticismo y el hinduismo!
E. Se anuncia la dispensación de la gracia o dispensación del Espíritu Santo. Jer. 31: 31-34.
“Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo
pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto
que hice con sus padres el día en que tomé su mano para sacarlos
de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo
un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré
con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová:
Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón;
yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará
más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo:
“Conoce a Jehová”, porque todos me conocerán, desde el más
pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque
perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de
su pecado.”
Se predice que habrá un nuevo pacto de Dios con Su pueblo Israel.
El anterior se había invalidado por la infidelidad del pueblo. En
el futuro Dios sustituirá el pacto hecho en el Monte Sinaí,
por un nuevo convenio, y, además, Él va a cambiar el corazón
de cada uno para que pueda obedecer a la voluntad de Dios y desear permanecer
unido a Él para siempre. Este pacto será eterno con la casa
de Israel y con la casa de Judá. Y algo muy importante, ya no será
restringido sólo a Israel, incluirá a toda persona, de cualquier
pueblo o nación. Sería un pacto universal.
En la dispensación de la Ley, el hombre puesto ante las normas de
Dios para que se convenciera de que no podía cumplirlas y conducirlo
a clamar perdón por gracia. Constantemente infringía los preceptos
divinos y tenía que acudir a la salida provista: diversos sacrificios,
ceremonias y ritos de purificación. El propósito de la Ley
era convencer al hombre de que sólo con sus fuerzas no podía
cumplir las demandas de Dios. Aun así había, y aun hay, gentes
que tratan de cumplir la Ley a cabalidad y alcanzar su salvación.
El fin era que el hombre clamara el perdón y la salvación por
la misericordia y la gracia de Dios, como lo expresa David en el Salmo 51:1:
“Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la
multitud de tus piedades borra mis rebeliones.” Y en los vrs. 10-11 se anticipa
a la futura dispensación de la gracia y del Espíritu Santo
cuando clama: “¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio,
y renueva un espíritu recto dentro de mí! No me eches de delante
de ti y no quites de mí tu santo espíritu.”
En el Nuevo Pacto, o sea la dispensación de la gracia, Jesucristo
ofrece la salvación: el perdón de los pecados gratuitamente
y sólo por la fe en Su sacrificio expiatorio en la cruz, sin la ayuda
de las obras. En la noche anterior a Su crucifixión, en lo que se
conoce como la última cena, que fue la celebración de la cena
de la Pascua, Jesús dio pleno cumplimiento al significado del Cordero
Pascual que se había ofrecido aquella noche del éxodo de Egipto,
unos catorce siglos antes. Ahora Él mismo se ofrece como el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo y, además, ofrece un nuevo pacto,
con amplias bendiciones para quien decida aceptarlo.
Mr. 14:22-25: “Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo,
lo partió y les dio, diciendo: ‘Tomad, esto es mi cuerpo.’ Después
tomó la copa y, habiendo dado gracias, les dio y bebieron de ella
todos. Y les dijo: ‘Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos
es derramada. De cierto os digo que no beberé más del fruto
de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.’
I Cor. 11:25-26: “Asimismo tomó también la copa, después
de haber cenado, diciendo: ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced
esto todas las veces que la bebáis, en memoria de mí’.
Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis
esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él
venga.”
II Cor. 3:5-6: “nuestra capacidad proviene de Dios, el cual asimismo nos
capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino
del Espíritu.”
Jesús prometió que al irse Él, vendría la Tercera
Persona de la Trinidad, para capacitarnos a vivir en obediencia y en santidad:
Juan 14:16-17 y 26: “Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad,
al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros
lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.”
“Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará
en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará
todo lo que yo os he dicho.”
Con la ayuda del Espíritu Santo, el creyente da el fruto que Dios espera de él.
Gál. 5:18, 22-23: “Pero si sois guiados por el Espíritu, no
estáis bajo la Ley.” “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.”
Sólo con la regeneración efectuada en el hombre por obra del
Espíritu Santo, y por Su presencia permanente en el corazón,
se puede vivir en la bendición del nuevo pacto, cuya culminación
será vivir con el Señor en las mansiones celestiales por siempre.
Juan 14:2-3: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré
a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también
estéis.”
Preguntas para discusión en clase:
a. ¿Quiénes estarían incluidos en este nuevo pacto?
b. ¿Cómo puede el creyente mantener su profesión de fe en el nuevo pacto?
c. ¿Qué debe hacer el creyente para disfrutar las bendiciones del nuevo pacto?
d. ¿Cómo puede usted refutar la enseñanza falsa de las maldiciones ancestrales?